Lo fundamental es que sin emprendimientos y emprendedores no se dan posibilidades de crecimiento. Y esto sólo puede darse en un contexto capitalista de institucionalidad democrática con libertades individuales. El comunismo–socialismo —por su énfasis en lo colectivo— asume por sí y para sí una serie de dogmas que, aunque suenan muy bonitos, en el duro terreno de los hechos concretos de largo alcance lo único que hacen es inhibir la iniciativa individual y frenar los procesos de innovación. Al mismo tiempo, casi siempre esos dogmas degeneran en esquemas totalitarios. Resultado final: colapso del sistema (como ocurrió con la Unión Soviética y todo el bloque comunista), o estancamiento en el marco de una pseudoigualdad mediocre, caso de la Cuba actual. China y su “comunismo” son un caso singular, sobre el cual algo comentaremos en una próxima oportunidad.
Debemos crear siempre. Debemos esforzarnos por hacer descubrimientos, avanzar e inventar. La vida misma —en su permanente desafío— nos impulsa hacia la creatividad, nos obliga a poseer capacidad de innovar. Cuando la innovación se estimula adecuadamente, se produce una verdadera revolución cualitativa que modifica positivamente y por completo el cuadro socio-económico de una determinada comunidad. No en vano las naciones más prósperas del globo son aquellas donde la innovación es permanente. Tienen sus crisis cíclicas, es cierto, pero la tendencia es siempre creciente, su población goza de buenos ingresos, accede a educación, servicios básicos de todo tipo y la pobreza es minoría, no inmensa mayoría como sucede en muchas regiones del mundo abrumadas por la miseria, tales como nuestro propio país.
El famoso “empresario creativo” —del que hablaba Schumpeter en su tiempo— puede ser hoy en el Siglo XXI cualquier ciudadano que tenga posibilidad de generar innovaciones y ponerlas en práctica o lanzarlas al mercado. En Bolivia, sin ir muy lejos, mucho se habla actualmente de “impulsar a los emprendedores”. Pues bien, que se lo haga y pronto. Esos emprendedores —pequeños, medianos y grandes— son los que con su empuje nos harán cambiar de veras. Ni la modificación del rótulo “República” a “Estado Plurinacional” dinamizará cambios reales ni tampoco lo harán declaraciones políticas rimbombantes, pero sí logrará tales cambios el esfuerzo innovador común que mencioné.
El capitalismo —con sus crisis, ciclos y defectos— es un sistema dinámico en permanente evolución y periódicamente renovado justamente por sucesivas oleadas de innovaciones, las que no son monopolio de las grandes empresas; también pueden darse innovaciones en ámbitos más pequeños. Desde ya, lo propio sucede mediante la iniciativa individual. Lo importante es contar con el ambiente propicio. Precisamos pasar de la retórica a la práctica para poder estimular creatividades, ingenios e innovaciones. El camino del desarrollo está abierto si así se procede. Caso contrario, sobre la base de “comunitarismos”, sólo se generará un espejismo momentáneo de pocos años seguido luego de una montaña de problemas que podrán durar décadas.
Economista, ex canciller
Agustín Saavedra Weise
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