El eslogan que más se repite con la llegada de internet al campo humanístico es el de la democratización cultural. Se supone que con el Internet sectores de la población que no tenían acceso a la cultura ahora sí lo tienen. Y aunque esa afirmación no es universal, se pueden observar esbozos de avances.
Estos días llegará a La Paz uno de los grupos referentes de la cultura popular mundial y que fue protagonista de la contracultura occidental de los años 70: la banda del finado Jim Morrison, The Doors. También se inaugura en esa ciudad la exposición de arte Principio Potosí, traída del Museo Nacional Reina Sofía de Madrid. Por su parte en Santa Cruz, uno de los paradigmas del posmodernismo pop latino, Shakira, prepara un concierto de proporciones colosales.
Asimismo se ha inaugurado esta semana la galería virtual de visitas a museos de Google. La plataforma se llama Google Art Project y desde el lunes se pueden visitar museos como el MOMA de Nueva York, el Hermitage de San Petesburgo o la Tate de Londres utilizando tecnología similar a la de Google Earth.
También el cine está tratando de abarcar estos nuevos espacios. Festivales de cine on-line como el de cortometrajes español NotodoFilmfest ha seleccionado a 150 finalistas de casi mil videos que fueron puestos a competición y el jurado cuenta con directores ganadores del Goya a mejor director como Daniel Monzón o Javier Fesser. Este año hay una artista boliviana, Denisse Arancibia, con su corto “Eterna”. Incluso ya hay festivales de largometrajes como el Filmin con cabida para cine en habla hispana que no ha alcanzado distribuidores regulares.
La revolución del Internet actual cambia los paradigmas de consumo cultural. Las redes sociales y las nuevas plataformas como YouTube dan mayor acceso a, por ejemplo, usuarios de obras audiovisuales, documentales o de ficción a las que antes era muy difícil o imposible acceder. Precisamente aquella plataforma es el medio de comunicación de masas del mundo.
No obstante, las desigualdades de acceso, distribución y dotación social y cultural, aun siendo un fenómeno antiguo, contrastan con la paradoja que trae la mundialización en cuanto a homogeneidad de contenidos culturales oficiales (de concentración del capital) y de diversidad de expresiones. Estas disparidades culturales todavía son enormes y no sólo suceden entre países sino, dentro de ellos, entre los segmentos que más renta ganan y los que menos.
No obstante, las desigualdades de acceso, distribución y dotación social y cultural, aun siendo un fenómeno antiguo, contrastan con la paradoja que trae la mundialización en cuanto a homogeneidad de contenidos culturales oficiales (de concentración del capital) y de diversidad de expresiones. Estas disparidades culturales todavía son enormes y no sólo suceden entre países sino, dentro de ellos, entre los segmentos que más renta ganan y los que menos.
Así, vemos que en Bolivia hay noticias alentadoras aunque queda mucho camino por recorrer. La Fundación Imagen de Cochabamba ha publicado en Los Tiempos esta semana los resultados de una encuesta virtual de hábitos culturales, de la cual deducen un bajo consumo cultural (El 64 por ciento de los cochabambinos va entre una a 10 actividades al año). Esto además puede estar subestimado ya que al ser una consulta virtual, los encuestados o son personas con acceso frecuente a páginas culturales o se trata de un estrato con alto poder adquisitivo, por lo que se intuye que el consumo es más bajo aun.
En este sentido, se puede ver que las diferencias todavía no se han limado del todo. Las disparidades de acceso a formación crítica, de capacidad de inversión de tiempo, de acceso a computadoras, a conexiones rápidas, a programas de apoyo a producciones locales y nacionales limitan mucho un intercambio que crece a gran velocidad y que probablemente logre lo que sociólogos y futurólogos han llamado democratización cultural.
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