La tradición se pierde en el tiempo y no sabemos cuándo fue la primera verbena en la víspera del aniversario cívico del 16 de julio, conmemorando la revuelta de Pedro Domingo Murillo, Vicenta Juaristi Eguino y otros alzados contra la corona española.
¿Sería en 1826? Profesores y alumnos de la Carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés han realizado diferentes investigaciones sobre la vida cotidiana en La Paz desde el inicio de la República. Desde el más antiguo recuerdo documentado, se evidencia que los festejos estuvieron a cargo de la Alcaldía, incluyendo los del Cuarto Centenario de la fundación de La Paz en 1948.
La intención de la Gobernación de usurpar el rol de anfitrión del gobierno municipal es reciente (desde la victoria de Luis Revilla) y no tiene respaldo en las crónicas centenarias. Es apenas otra mezquindad política innecesaria, cuando la ciudad y, sobre todo el departamento, merecen atención en asuntos más trascendentes.
Por mi parte, recuerdo dos verbenas significativas. La primera, la de 1980, organizada por el alcalde Raúl Salmón, hombre ligado a las artes escénicas. Además de ofrecer la fiesta popular preparó un gran escenario en el atrio de San Francisco.
La gente acudió a beber sucumbés y a bailar con los conjuntos aquel 15 de julio, aunque ya corrían rumores de un posible golpe militar. El 16 hubo el desfile oficial.
Al día siguiente, cuando apenas retornaba la normalidad en las oficinas comenzó el asalto a la Central Obrera Boliviana, en El Prado. Nueve personas nos salvamos escondidos en la sede sindical. Cuando pudimos salir, la gente organizaba las primeras barricadas. Algunos muchachos partían tarimas y acumulaban restos de la basura festiva con la utopía de detener los tanques. Fueron las últimas vistas de mi ciudad antes del estropicio de la narcodictadura.
En 2003 vivimos otra verbena especial después de años de festejos languidecidos. La ingobernabilidad en el Gobierno Municipal, los continuos escándalos por casos de corrupción, la decadencia de los servicios, de las calles y parques, de la vida cotidiana dividían a los paceños. La verbena era sólo borrachera.
El municipio preparó aquel 15 de julio un recital con grupos musicales juveniles y amplió el nuevo concepto de la actividad cultural en las calles. Fue un festejo diferente. Primero por la presencia entusiasta de los jóvenes, coreando las canciones, pero también vivando a su ciudad natal o de adopción. Después por el junte de gente de toda ralea, de los diferentes barrios y puntos cardinales. Abrazos, brindis, gestos.
No conozco una investigación sociológica de aquella jornada vespertina y de las siguientes durante esta década, pero algo pasó, un sentimiento de autoestima empezó a aflorar en aquella noche. La alcaldía preparó el escenario, los ciudadanos le dimos un sentido, el sentido de que los habitantes paceños teníamos una nueva oportunidad. No era ni es sólo el baile sino la certidumbre de que la ciudad volvía ser un centro de encuentro y de fuerza, de fuerza colectiva.
DESDE LA TIERRA
DE LAS VERBENAS
LUPE CAJIAS
La tradición se pierde en el tiempo y no sabemos cuándo fue la primera verbena en la víspera del aniversario cívico del 16 de julio, conmemorando la revuelta de Pedro Domingo Murillo, Vicenta Juaristi Eguino y otros alzados contra la corona española.
¿Sería en 1826? Profesores y alumnos de la Carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés han realizado diferentes investigaciones sobre la vida cotidiana en La Paz desde el inicio de la República. Desde el más antiguo recuerdo documentado, se evidencia que los festejos estuvieron a cargo de la Alcaldía, incluyendo los del Cuarto Centenario de la fundación de La Paz en 1948.
La intención de la Gobernación de usurpar el rol de anfitrión del gobierno municipal es reciente (desde la victoria de Luis Revilla) y no tiene respaldo en las crónicas centenarias. Es apenas otra mezquindad política innecesaria, cuando la ciudad y, sobre todo el departamento, merecen atención en asuntos más trascendentes.
Por mi parte, recuerdo dos verbenas significativas. La primera, la de 1980, organizada por el alcalde Raúl Salmón, hombre ligado a las artes escénicas. Además de ofrecer la fiesta popular preparó un gran escenario en el atrio de San Francisco.
La gente acudió a beber sucumbés y a bailar con los conjuntos aquel 15 de julio, aunque ya corrían rumores de un posible golpe militar. El 16 hubo el desfile oficial.
Al día siguiente, cuando apenas retornaba la normalidad en las oficinas comenzó el asalto a la Central Obrera Boliviana, en El Prado. Nueve personas nos salvamos escondidos en la sede sindical. Cuando pudimos salir, la gente organizaba las primeras barricadas. Algunos muchachos partían tarimas y acumulaban restos de la basura festiva con la utopía de detener los tanques. Fueron las últimas vistas de mi ciudad antes del estropicio de la narcodictadura.
En 2003 vivimos otra verbena especial después de años de festejos languidecidos. La ingobernabilidad en el Gobierno Municipal, los continuos escándalos por casos de corrupción, la decadencia de los servicios, de las calles y parques, de la vida cotidiana dividían a los paceños. La verbena era sólo borrachera.
El municipio preparó aquel 15 de julio un recital con grupos musicales juveniles y amplió el nuevo concepto de la actividad cultural en las calles. Fue un festejo diferente. Primero por la presencia entusiasta de los jóvenes, coreando las canciones, pero también vivando a su ciudad natal o de adopción. Después por el junte de gente de toda ralea, de los diferentes barrios y puntos cardinales. Abrazos, brindis, gestos.
No conozco una investigación sociológica de aquella jornada vespertina y de las siguientes durante esta década, pero algo pasó, un sentimiento de autoestima empezó a aflorar en aquella noche. La alcaldía preparó el escenario, los ciudadanos le dimos un sentido, el sentido de que los habitantes paceños teníamos una nueva oportunidad. No era ni es sólo el baile sino la certidumbre de que la ciudad volvía ser un centro de encuentro y de fuerza, de fuerza colectiva.
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