Opinión: EL MÁLAGA

El nombre nos recuerda una situación por la que debimos atravesar como comunidad. El 24 de enero del 2011, después de las 10 de la noche, enfrentamos todos, muchas pruebas. Hoy, después de seis meses y con el sosiego que proporciona el tiempo, parece justo valorar lo ocurrido.
Los socorristas mexicanos lo calificaron técnicamente "como el colapso de un edificio", y sin embargo, algo estaba ocurriendo que movilizaba las fuerzas humanas y espirituales más allá de la calle Mercado. Gente de todos los barrios llegaba con botellas de agua y pan para los socorristas; se organizaron brigadas de jóvenes dispuestos a correr riesgos físicos; campañas nacionales de solidaridad; presencia de especialistas de varios países; una oración del Papa por las víctimas y sus familias, que se sumaba a la oración organizada en cadena en torno al lugar, y que provocó un ecumenismos extraordinario al unir la fe del que quisiera creer; trabajo energético de canalización y acompañamiento que apoyaba las 24 horas la fuerza de picotas y martillos, y trataba de descifrar lo que podía estar ocurriendo, ahí, abajo.
El silencio que se pedía en algunos momentos del día para tratar de percibir algún signo de vida, era sobrecogedor…
En una sociedad que pone en juego la Vida todo el tiempo, el Málaga dio una señal diferente. El número de personas aprisionadas por la mole de cemento, no se acercaba ni de lejos a las que fallecen por la violencia cotidiana o en todos los fines de semana en nuestros caminos, en el altiplano, en los precipicios de Yungas… y sin embargo, esos días, fuimos testigos, parte y actores, de una circunstancia diferente. Todos, esperábamos que triunfara la Vida y se produjera el milagro, a pesar de las evidencias, como diría el Antiguo Testamento recordando al padre Abraham.
Hemos aprendido la necesidad de construir de otra manera. Un artículo extraordinario del Arquitecto Rony Vaca Pereira, puso la reflexión técnica y urbanística en su dimensión, y a él me remito. Los responsables del edificio dieron la cara, siempre, dijeron aquí estamos y asumieron su responsabilidad. No se produjeron huidas ni hubo necesidad de juicios y demandas; seguramente han existido dificultades, pero no han llegado a la denuncia pública. Y hoy, la Vida de los vivos, sigue…
Es demasiado grande la señal para dejarla pasar. Somos parte de un pueblo solidario, que tiene capacidad para hacer llegar su abrazo hasta donde se lo necesita. Que no pregunta quién es el que sufre, si es un hermano nuestro. Que tiene la fortaleza de aceptar el dolor sin renunciar a la esperanza. Que nos enseña que lo material debe someterse al valor de lo humano.
Trabajemos para seguir viviendo en un Pueblo de este tamaño.

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