“Mi vida está al servicio del pueblo”, es una frase que muchas veces expresó el presidente Evo Morales desde sus tiempos de diputado nacional. Es frase que, en varios momentos, reflejó para el pueblo una especie de esperanza de que, finalmente,
haya posibilidad de cambio, de que la conciencia de país y la práctica de valores sean normas de vida especialmente de quienes administren el Estado boliviano que, por años, espera que los que tienen poder político, social y económico hagan lo que tantos países y naciones han hecho por sus pueblos.
Los tiempos cambian y parece que las intenciones y buenos propósitos también se mudan y son los defectos de soberbia y petulancia los que se imponen en el diario vivir. Parecería - por lo mucho que expresa en discursos - que ésta no sería la situación del Primer Mandatario; sin embargo, especialmente en los últimos tres años, hay en él una especie de rechazo a reunirse con organizaciones y representantes de los pueblos que, en tropel, buscan acercamientos, examen de sus problemas y promesas para solucionarlos. El palacio de gobierno se ve asediado por pedidos y exigencias para “entrevistas con el Presidente”; cartas y demandas que, en su mayoría, se archivan o pasan a ministros u otros funcionarios para su respectiva atención.
La solidaridad con quienes se vive y se gobierna es fundamental en quien tiene la suma de poderes en el país, cual es el caso del Primer Mandatario, mucho más por parte de quienes lo han apoyado y secundado en todo momento y no se puede decir que es un “pase de factura” sino una especie de esperanza de encontrar eco a sus reclamos, a pedidos y exigencias que antes se cree que no tenían oídos ni ojos para ver y menos voluntad para resolver. El pueblo, especialmente el más pobre y abandonado, siente que la presencia de un caudillo, de un líder o de un político que muestre buenos propósitos es una especie de garantía para hacer realidad sus esperanzas. Ese pueblo no sabe de petulancias, orgullos ni soberbias y piensa que aperturas y sinceridad demostradas en determinado momento serán realidad permanente.
Campesinos de diferentes regiones, mineros y trabajadores, poblaciones de diversa índole, dirigentes sindicales y grupos pertenecientes a instituciones y entidades han solicitado, en infinidad de ocasiones, encuentros o entrevistas que en su mayoría han sido negados por el Presidente. ¿Razones? No se da ninguna como si surgiese, casi automáticamente, una indiferencia y un nomeimportismo que, más a la corta que a la larga, serán negativos para el propio autor de semejantes posiciones y que no contribuyen al diálogo ni menos a posibles encuentros en que la concertación sea parte decisiva y decidida para las soluciones.
Los ministros y funcionarios de menor jerarquía, posiblemente sean portadores de las palabras e intenciones del Primer Mandatario; pero, la realidad en el espíritu y la óptica e intereses de los que buscan “juntarse o reunirse” es diferente. No se puede entender estas realidades que, en cualquier circunstancia, deberían colmar las expectativas. Ese pueblo, conjuntamente el que conoce, analiza, justifica o critica la conducta del Primer Mandatario, sabe de sus debilidades, limitaciones y problemas para estudiar y remediar reuniones que debería atender; pero, es solidario con quienes quieren, de todos modos, “encuentros cara a cara, estrechamiento de manos y extensión de brazos con quien consideran que es su hermano”. Esta es una realidad que no se puede soslayar y, consecuentemente, debería ser aceptada y respondida con el mismo espíritu que es formulada.
El Presidente, ahora felizmente consciente de sus realidades, hace pocos días reveló que su gestión de más de cinco años, tiene las siguientes debilidades: narcotráfico, contrabando, corrupción, dificultades en la gestión pública e inseguridad ciudadana. El pueblo, en todas sus capas sociales, políticas, económicas y hasta culturales, comparte esas “debilidades” y criticó las mismas acompañado de varias preguntas: Sabedor de todo ello, ¿por qué no tomó las medidas que permitan vencerlas? ¿Por qué aplicó la mala política del dejar hacer y dejar pasar? ¿Por qué adoptó medidas y dictó disposiciones que permitieron el incremento de esos males? ¿Por qué no exigió a sus ministros y colaboradores que eviten la consumación de hechos que, al amparo de esas debilidades, se han producido e incrementado en algunos casos? ¿Por qué la permisividad con el narcotráfico al permitir que se aumenten los cultivos de coca y al unísono y como segura consecuencia el aumento de la producción, transporte, comercialización y consumo de drogas?
¿Corrupción y dificultades en la gestión pública? El Primer Mandatario tiene reuniones permanentes con sus colaboradores; sabe, pues, de sus falencias y virtudes y podía y debía remediarlas. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué no encaró ni remedió conductas permisivas, sabiendo que tendrían consecuencias que le harían más daño a su gobierno, a él mismo, al país y al pueblo? Sabe él, desde siempre, cuán pernicioso es el contrabando y cuán negativo y contrario al bien y a los intereses generales del país es el bloqueo y las conductas extremas. ¿La seguridad ciudadana? Es problema a encararse con la reestructuración de la Policía que, parece, se postergó indefinidamente. ¿Qué hizo para remediar todo ello? Mostró cierta displicencia e indiferencia para aplicar remedios. Las consecuencias, las paga todo el Estado y, además, se acrecentó el descrédito del país.
El análisis sereno que seguramente hizo el señor Presidente para reconocer por lo menos sus cinco debilidades o problemas difíciles que enfrentó en sus años de gobierno, puede ser muy útil; lo importante esque los buenos propósitos que se haya prometido a sí mismo para corregir su conducta y entender que es Presidente de todos los bolivianos y que se debe a todo el país, se conviertan en normas de vida, en valores para corregir lo mal hecho, evitar nuevos errores y actuar con la conciencia, la sindéresis, la honestidad y responsabilidad que él, al reconocer sus falencias, debe cumplir por lo que se debe a él mismo.
Finalmente, la humildad tan decantada y nada practicada, ojalá sirva para reconocer a sus “hermanos” como parte importante del país y los entienda y atienda porque es un deber que no puede ni debe soslayar.
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