Sentencia necesaria

¿Qué puede provocar que un grupo social conservador, religioso, trabajador, pacífico, dedicado íntegramente a Dios y a las duras labores agrícolas, pueda de improviso malograrse, perder su esencia, su tradición? O más simplemente: ¿cómo una decena de hombres perversos pueden aterrorizar a miles de sus congéneres, abusándolos sin miramientos y dejándolos en la más grande vergüenza?

Lo que sucedió en algunas colonias menonitas en Bolivia no es un cuento, es una verdad. Esto es algo probadamente cierto, un caso investigado, que ha sido sentenciado hace pocas horas por la justicia boliviana. El asunto impresionó fuertemente, pero, al parecer, una gran cantidad de personas no dieron crédito a la información, por insólita, por increíble. Iba camino de convertirse en una leyenda más en un país como éste, donde sus personajes no parecen reales y donde cualquier hecho excepcional se lo comenta durante un par de días y pasa al olvido. Todo se olvida o se lo posterga porque en Bolivia las novedades son diarias; es una nación que vive de noticias, que respira por las escandalosas primicias políticas, las conjuras, las traiciones, la murmuración, el chisme.

Los menonitas, que se han asentado en Bolivia hace más de medio siglo, que jamás fueron ninguna noticia, que rehuyen de la modernidad como algo incompatible con su religión, que viven sanamente rechazando la guerra y la violencia, que aman a Dios, pero que repelen la confesión, el celibato, los ayunos, las peregrinaciones, las indulgencias, el papismo y el bautismo no expresamente consentido, coparon las páginas de todos los periódicos, ondas de radio y emisiones de televisión, con la información más increíble que les podía suceder: en sus colonias se habían producido aberrantes violaciones sexuales durante largo tiempo ante el silencio de sus moradores.

¿Cómo aquel pueblo que seguía fielmente las enseñanzas de Menno Simonz podía caer en semejante pecado? ¿Cómo si el trabajo y la paz eran su fin para llegar a Dios, podía haber sucedido algo tan renegado con su naturaleza? ¿Si para ellos la Biblia es la única senda que indica el camino exacto que se debe transitar para ser una persona honorable y digna de salvación? ¡Sólo el diablo podía producir tantos males y culpar a los inocentes!

La cuestión es que ocho jóvenes menonitas, comprendidos entre los 17 y 40 años, violaron, durante más de dos años, de la forma más infame, a través de una sustancia adormecedora fabricada en base a la escopolamina, a un indeterminado número de mujeres en sus propias colonias. Estupro, profanación, pederastia, incesto, fue parte de este escenario. El número de las niñas, mozas y mujeres forzadas es todavía indeterminado, y tal vez no se conozca jamás, debido a que muchas de las víctimas han callado por vergüenza o por motivos sociales que hacen a la comunidad. Una jovencita que no es virgen en una colonia menonita, simplemente está destinada a la soltería. Se calcula que las víctimas del abuso sexual sobrepasan con creces el centenar. Y algo menos de la mitad eran jovencitas, adolescentes o niñas. El resto mujeres mayores, casadas, hasta abuelas. Hay informaciones emergentes del juicio, asegurando que no serían menos de 150 las mujeres violadas solamente en la colonia de Manitoba.

Estos tradicionalistas que se dispersan por Europa desde las persecuciones religiosas del siglo XVI, aparecen por Alemania, Suiza, Austria, Holanda, Polonia y Rusia, para pasar luego a Norteamérica, México y llegar hasta América del Sur, siempre en busca de territorio para trabajar y para vivir en paz. Pese a que los menonitas no se adecúan a las normas de la República (conocimiento del idioma, incorporación al núcleo social, pago de impuestos, concepto de nacionalidad, etc.), se los respeta porque aportan con su arduo trabajo al progreso de regiones que hoy son productivas gracias a su esfuerzo. Su actitud pacífica, emprendedora, honrada, hace que los menonitas sean queridos en Bolivia, y que nunca se los haya provocado, sencillamente porque ellos no molestan ni perturban la tranquilidad de nadie.

Hemos visitado algunas de sus colonias - Manitoba por supuesto - y asistido a algunas audiencias públicas durante el juicio que se llevó a cabo en Santa Cruz, y así tuvimos la oportunidad de conocer directamente a las víctimas y a los violadores. Pudimos observar en el Palacio de Justicia los rostros desolados y huraños de jovencitas que habían sido abusadas dos años atrás, cuando eran, sin duda, impúberes. Y vimos también a jóvenes varones, algunos casi imberbes, que resultaban ser los forzadores.

Que la justicia boliviana haya llegado a solucionar un caso tan complicado como éste, ya merece de un reconocimiento. Aquí, donde todo deriva al calor de la influencia política, esta vez marchó obedeciendo las leyes. El tenaz trabajo del fiscal Freddy Pérez, incansable en la búsqueda de una sanción que sentara precedente, aunque se tratara de obstruirle su labor, ha culminado aplicando todo el rigor que merecían los actos vandálicos de unos personajes siniestros.



Nota : El Sistema

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