La cuarta edición internacional de la Bienal de Santa Cruz de la Sierra pone a Bolivia en la escena contemporánea y da vuelta el mapa -como en las pinturas premonitorias de Torres García y Uriburu- al hacer del Sur el Norte. La globalización y la velocidad informativa de Internet cambiaron radicalmente los puntos de referencia.
La curadora Cecilia Bayá Botti, paceña de nacimiento, hija de una argentina y cruceña por adopción, movió cielo y tierra para fortalecer los ejes de la Bienal con la convocatoria de 150 artistas y del jurado que votó por unanimidad la videoinstalación del paraguayo-boliviano Joaquín Sánchez.
El artista fija su mirada conmovida en la Guerra del Chaco, que en los años 30 del siglo XX les costó un pedazo de tierra a Bolivia y la vida a miles de soldados. Refleja el rigor de una naturaleza hostil, castigada por la seca y por una vegetación achaparrada que ni sirve para dar sombra.
Estas y otras cuestiones ligadas al territorio y a la cultura de pertenencia están en la génesis de los trabajos que desde anoche se exhiben en tres dignas locaciones museísticas de una ciudad extraña, de crecimiento desmesurado y desparejo, enriquecida por la bendición sojera, donde viven dos millones de personas.
Una mezcla de La Habana y Miami, atravesada por el humo del "chaqueo", como se llama a la quema de los campos tras la cosecha. Los artistas invitados Nicola Costantino y Ernesto Ballesteros, y los premiados Barbery, Aguasaco, Baltazares, Tyler, Mena, González Sánchez y Lanzarini lograron visibilidad aquí, que se suma al "triángulo regional" formado por la Bienal del Mercosur, la Trienal de Chile y el parnaso mayor de San Pablo. A la notable selección de artistas se suma la muestra de video curada por Alfonse Hug y una pieza maravillosa del norteamericano Bill Viola, el gran videoartista de los tiempos modernos. Viola quiso ser parte de una plataforma en alza, montada, por ahora, con más entusiasmo que recursos. Una señal.
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