Acapara Acaparador

Hay un párrafo de Engels, sí, el viejo Engels, el amigo de Marx, que merece ser citado, una y otra vez, porque clarifica el derrotero, de contramano a todos los que exigen democracia tradicional al estilo de Montesquieu: “¿No han visto, dice Engels, nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe: es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra por medio de los fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere luchar en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?".
En esa mismísima línea, absolutamente, el actual Gobierno ha iniciado un acaparamiento de poder que nos debe poner nerviosos a todos. Venimos siendo bobalicones observadores de un proceso incestuoso y malevo; los tres poderes del Estado, de buenas a primeras, y sin que nadie diga ayayay, se han convertido en uno solo, solito, el que manda, el Ejecutivo.
Este no es un fenómeno nuevo, durante las fieras dictaduras militares que padecimos estoicamente, unos más, otros menos, el gobernante de turno era el soberano que hacía y deshacía de acuerdo a las oleadas de hormonas que lo invadían. Así nomás era la cosa. Qué justicia, qué Parlamento, qué libre expresión, qué nada.
Pero, de una u otra forma, esa situación comenzó a cambiar, poco a poco, a partir de octubre del 82, ahí, o mejor, desde entonces nos dimos cuenta todos, toditos, lo importante que era tener tres poderes independientes y diferenciados, eso, lo importante que era vivir en democracia, tal vez, sólo tal vez, raquítica y convulsionada, pero, por eso mismo, democracia, sin ridículos adjetivos calificativos despectivos.
Esa democracia se fue construyendo ladrillo a ladrillo, de a pedacitos; gracias a esa democracia, ahora maldecida, el actual engendro omnipotente es hoy gobierno. Resultando que esa democracia, mil veces maldecida, servía para tomar las riendas del poder, pero era inútil a la hora de gobernar. Ahora lo que interesa es indigestarse de poder. Es el ritmo revolucionario (o de cambio) que le llaman, el ritmo y la cadencia. Todo el poder y nada más que el poder, lo demás es lo de menos. Qué piruetas, qué sentadas, qué fintas, qué vueltas, qué rocambole.
Acapara acaparador, que acaparando acapararás mejor. El sistema funciona de forma impecable, ningún mamarracho, tiene una maquinaria bien aceitada y nada la detiene. Aquí, hay que admitirlo, fallaron las dictaduras de antaño, que metieron presos y exilaron a los políticos opositores precisamente por ser opositores, pues jamás se les ocurrió que se los podía y debía imputar por corruptos y choros. Macanudísima manera de manejar a los que disienten, sena/quina, acusarlos de absolutamente todo, hasta de los colores del arcoíris, que son medio neoliberales, por lo de la wiphala y su autenticidad aymara.
Sin duda, la democracia, así entendida, se presta a todo, pero por alguna razón que no comprendo, si bien me han explicado de mil maneras diferentes que se trata de una democracia moderna, que la apoyan los movimientos sociales, que nace del fondo del corazón de nuestros gobernantes, por alguna razón que no entiendo, digo, no me sabe a democracia, sino a un sancochado caribeño medio refrito, que no durará sino lo que dure este Gobierno.

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