Evo Morales lleva gobernando Bolivia desde 2006. Se ha sentido conauctoritas para hacer lo que le place, seguro de contar con el respaldo popular que nunca –hasta ahora- se había sublevado contra su voluntad. Masentre Navidad y Año Nuevo hemos visto como los mástiles de sus banderas se han tornado en picas y ha debido rendir sus posiciones a la revolución que se gestaba entre las bases del Movimiento Al Socialismo (MAS). La desmesurada alza de los precios de combustible se había convertido, como sostiene el diario boliviano La Razón, en un MASazo.
Hubo un tiempo en que los políticos con voluntad de estadista aspiraban a izar banderas ideológicas que cautivaran a las masas y les hicieran seguirles. Fue el caso de Ronald Reagan o de Margaret Thatcher, que enarbolaron principios contrarios al sentir del común, pero fueron capaces de convencer a las masas de que esa –impopular- vía era la que había que seguir. El día que Thatcher propuso el poll tax y se le sublevó la masa sin que ella lograra reconducir su descontento, fue el principio de su derrota final.
Vivimos hoy en un tiempo muy distinto. Lo que hemos visto en Bolivia la semana pasada es en extremo revelador. Por decreto presidencial el coste de los combustibles líquidos subió en un día entre un 57 y un 82 por ciento, de 27 a 59 dólares. Sólo 48 horas después el presidente Morales anulaba su decreto y devolvía el precio a los 27 dólares. Según explicación del vicepresidente Álvaro García Linera “El precio del petróleo se mantiene otra vez en 27 dólares, afuera está en 90, (pero) producir petróleo en Bolivia no cuesta 27 dólares, cuesta de 58 a 60 dólares. Si queremos producir más petróleo, alguien tiene que subvencionar eso: lo va a hacer el Estado”, afirmó el vicepresidente.
Como es propio de estos regímenes populistas, se dice que va a pagar el Estado como si fuese alguien diferente de quienes iban a pagar el combustible a 59 dólares. El “pagano”, huelga decirlo, es exactamente el mismo. Así que García Linera y Evo Morales tienen que vestir el santo porque después de ver cómo las mismas bases revolucionarias que les llevaron al poder tomaron las calles la semana pasada contra ellos, la preocupación es evidente.
Mas allá de que Morales, en contra de lo que hacían Reagan, Thatcher o el mismísimo Churchill, no sueñe con intentar dirigir a las masas sino que esté dispuesto a llevar a su país a donde la masa diga –García Linera lo ha dejado claro: el Gobierno decidió “obedecer al pueblo”, ¡toma liderazgo!- el problema es la actitud adoptada por el Gobierno boliviano para quitarse de encima la atenta mirada de los que antaño encarnaron sus bases: culpó a los opositores de las protesta que se tornaron violentas en La Paz y El Alto yllamó a las organizaciones sociales a no permitir que “renazca la derecha” según se cita en el excelente boletín latinoamericanoInfolatam.com. Que no renazca algo quiere decir que debe seguir muerto.Así quiere a la oposición el demócrata Morales, el aliado de Chávez al que Trinidad Jiménez visitó en su cama hospitalaria nada más tomar posesión del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: la quiere muerta.
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