Mineritos, niños trabajadores en las entrañas de Bolivia.




Alrededor de 13.000 menores bolivianos trabajan en la minería. Muchos lo hacen en el exterior, moliendo el mineral en jornadas extenuantes y tratándolo con productos tóxicos; otros incluso se adentran en algunas de las galerías más destartaladas y peligrosas del mundo, donde ayudan a perforar la montaña, reptan por gusaneras asfixiantes y empujan vagonetas cargadas de rocas, a cambio de sueldos irrisorios.
Suelen ser huérfanos de mineros que murieron antes de los 35 o 40 años, aplastados por derrumbes, despeñados en los pozos o ahogados por la silicosis, y desde muy jóvenes deben conseguir los ingresos necesarios para impedir que su familia pase hambre. 



A menudo viven en las laderas gélidas de las montañas, junto a las mismas bocaminas, hacinados en casetas de adobe sin electricidad ni agua corriente, con las papas y el arroz como único alimento.
A pesar de unas circunstancias tan terribles, muchos de ellos se empeñan en estudiar, en formarse para otros oficios y pelean para desarrollar una vida alejada de la mina. 

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