Facundo Cabral

El 9 de julio, mientras su patria celebraba el aniversario de independencia, el cantautor argentino Facundo Cabral murió asesinado en Guatemala. Por sus características y la importancia de la víctima, este crimen pasará a la historia como un hecho infame, pero, al mismo tiempo, puede constituirse como una bandera de lucha contra la violencia y el crimen organizado.



La hipótesis que baraja la Policía local y las principales autoridades es que Cabral estuvo en el momento y en el lugar equivocados, que el ataque que terminó con su vida no estaba dirigido contra él, sino contra el empresario nicaragüense que lo llevó hasta Guatemala, Henry Fariña, propietario de una cadena de clubes nocturnos diseminados por las zonas más exclusivas de las capitales centroamericanas.
Sin duda que la familia de Cabral y todos sus allegados bien pueden pensar que el destino les jugó una mala pasada, que injustamente les arrebató a un hombre genial por el que además de admiración sentían sobre todo amor. Pero detrás de esta tragedia bien puede surgir una luz de esperanza. Ya en vida Facundo Cabral fue reconocido por propios y extraños como un representante de la paz; y, ahora después de su muerte, este mensaje que construyó en su música, en sus poemas, pero sobre todo con su propia vida se puede erigir como una lámpara en medio de la oscuridad, llevando luz allí donde aún manda la violencia.
La base de las organizaciones criminales suele estar conformada por jóvenes, adolescentes y niños que viven engañados; desde muy pequeños se les dice, por medio de golpes y palabras, que no hay puertas detrás de la miseria, que la violencia solamente se puede vencer con más violencia y que las actividades ilícitas, especialmente el narcotráfico, constituyen las únicas oportunidades reales para superar la pobreza. 
Pero la vida de Facundo y su mensaje ponen en evidencia la falacia de este discurso, y su muerte grita a los cuatro vientos que es mentira, que sí hay una luz al final del túnel y que bien vale la pena luchar por esta opción, pues es, en realidad, la única salida, ya que detrás del crimen y el narcotráfico no hay sino más violencia y más miseria.
En efecto, el cantautor argentino tuvo una infancia dura y desprotegida, tuvo que luchar contra la orfandad y la pobreza desde muy pequeño; a los nueve años se escapó de un reformatorio; realizó un sinfín de tareas para sobrevivir, como limpiar veredas o cosechar granos; y, sin embargo, gracias a las palabras de un vagabundo (Simeón) que le habló de Dios y del Sermón de la Montaña, y al lenguaje de la música que aprendió en las calles, Cabral supo salir de ese infierno, supo vencer la violencia con el perdón, y pudo construir una vida fructífera llena de amor y esperanza. Experiencia que ahora pervive en sus canciones y que constituye una gran amenaza para sus asesinos.

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