El síndrome Aruquipa

Cuando posesionaron a Guillermo Aruquipa en la más importante empresa estatal, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), una alta autoridad destacaba su ascenso, de ayudante a máximo jerarca de la columna vertebral económica de Bolivia.

Decía aquella autoridad que ese nombramiento era espejo de los tiempos de cambio: un humilde aymara llevaba adelante los destinos de la entidad que mejor simbolizaba la nueva visión, el nuevo Estado, la irrupción de la comunidad en épocas globalizadas, el mejor vivir.

Los datos duros se encargaron de mostrar que no es lo mismo reunir dones que construir méritos. Un don es ser de uno u otro pueblo, tener uno u otro apellido, ser de uno u otro sexo (género como dicen ahora); es el destino que nos coloca en un momento determinado. Por ejemplo, en esta coyuntura tener el don de ser originario o de ser mujer puede dar automáticamente más oportunidades.

Sin embargo, no bastan los dones para construir los méritos. No todos tienen las mismas oportunidades para acumular méritos y tampoco no todos los que tienen las mismas oportunidades las aprovechan para aumentar sus conocimientos.

Un mérito simplón es la militancia en el partido oficialista: anotarse en el partido, pintar paredes con consignas, hacer trámites para un diputado convertido de profesor en Presidente de la Comisión de Hidrocarburos, gritar en la calle.

Sin embargo, es hora de preguntarse si los dones originarios y el mérito de una militancia son suficientes para ser responsable de una política estatal y conseguir las metas de desarrollo que sirvan al bienestar de la población.

El síndrome Aruquipa nos muestra que la experiencia no sólo puede resultar negativa sino trágica. Este señor intentó superar la planificación con visitas tempraneras a los camioneros. O dio discursos entrecortados cuando no pudo explicar mapas de prospección. Difícil imaginarlo consultando las capitalistas bolsas de valores de Hong Kong o Nueva York y menos leyendo gacetas especializadas en energía.

Eso sí, en su época empezaron los baches más grandes. Aceptó feriados que antes no eran posibles para este tipo de servicios que no pueden detenerse y así se fracturaron cadenas productivas. La gasolinera de Kantutani —otro ejemplo— pasó de sus servicios modernos a llamarse “Túpac Katari” con factura de un señor que vive en El Alto, no se aceptan tarjetas de crédito y funciona de vez en cuando.

Desde entonces empezaron las noticias sobre el descontrol del contrabando. Probablemente no en mamaderas ni en bidones, sino en cisternas; hay quien dice que con venia oficial o como parte de los convenios verbales con distribuidores privados, representantes de la nueva clase emergente.

Aruquipa desapareció sin pena ni gloria, dejando un desorden difícil de superar; un lustro perdido. Era simpático verlo de jefe, una imagen para Oliver Stone. Sólo que ni el piloto automático aguanta la ignorancia o tanto

supernumerario.

En muchas reparticiones estatales se reproduce el síndrome Aruquipa, se coloca gente por ser mujer o indígena, sin pensar en las consecuencias futuras.


Nota: la prensa

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