La corrupción traba la construcción de institucionalidad y fractura el tejido social
Seguramente se dirá que tales celebraciones son innecesarias frente al desafío de erradicar la corrupción en los hechos, y como es usual, se mirará la paja en el ojo ajeno, especialmente si es gubernamental; es precisamente por esta recurrente simplificación que dedicar un día del año a, cuando menos, hablar de la problemática puede redundar en una comprensión que se quisiera más abarcadora de este fenómeno.
En efecto, a menudo se confunde el fenómeno de la corrupción con una de sus (peores, sin duda) manifestaciones: la gubernamental. Sin embargo, no sólo en la actitud de quien malversa recursos públicos o abusa de su poder circunstancial, de lo cual la historia del país tiene sobrados ejemplos, está hecho el problema. Concomitante con esta actitud está la de quien busca aprovecharla, cuando no solicitarla.
Precisamente porque en la mayoría de los casos de corrupción hay dos personas, una que solicita y la otra que entrega (sobornos, favores ilícitos y otros), las normas sancionan, tanto a quien recibe como a quien da; aunque, en los hechos, el sentido común parece dictar repudio al corrupto y tolerancia para el corruptor.
Probablemente sea éste el principal obstáculo en el debate público sobre el problema, pues no se trata sólo de identificar y sancionar al corrupto, sino también de considerar que idéntica intolerancia debiera ejercerse contra el corruptor, pues es corrupción tanto el entregar a la autoridad un porcentaje de una millonaria licitación a cambio de ganarla, como dar unas monedas a cambio de que un policía haga la vista gorda ante una infracción.
Y si bien es posible afirmar que la dimensión y efectos de ambos ejemplos no son comparables, también es posible señalar que detrás de ambas está la misma actitud, es decir, el intento de favorecerse a través de una excepción en la norma.
La corrupción tiene no sólo inmensos costos en recursos que son desviados para favorecer a unos pocos, y eso la hace aún más intolerable, sino también costos sociales, pues su reproducción impide la construcción de institucionalidad y fractura el tejido social con cada caso en el que alguien saca ventaja ilegítima.
Por eso, es importante darle un día y hablar de este mal y la necesidad de erradicarlo, reconociendo, además, que sólo a través de practicarlos es posible construir valores comunes como la transparencia y la intolerancia con la corrupción. Hacerlo es obligación de todas y todos, y este día nos lo recuerda.
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