- De familia colla, pero nacida y criada en el Beni y luego replantada nuevamente en La Paz, Maité se gana la vida realizando labores domésticas. Mantiene y hace estudiar a sus dos jóvenes hijos sin la ayuda del padre, el cual desapareció hace mucho. Para ello cuenta con 1.400 bolivianos, que es lo que le pagan. (Increíblemente, ese salario es superior al promedio).
Maité tiene 40 años y es lista y trabajadora: si su suerte hubiera sido diferente, habría podido ocuparse en casi cualquier otra cosa.
Pero no es jefe de enfermeras o gerente de marketing quien no ha tenido la oportunidad de concluir la secundaria'
Maité conduce el hogar en el que está empleada a la perfección. Se ocupa de las compras, los pagos y, por supuesto, mantiene todo limpio y reluciente. Entre sus obligaciones también se halla cocinar, que es lo que más le gusta hacer. Cuando está en vena, incluso amasa panes y pasteles.
Mientras trabaja sin descanso, Maité ve crecer a sus hijos con ilusión; piensa que tendrán una vida mejor que la suya.
Alguna vez se echa un novio, pero a los hombres los acobarda la crianza de los chicos y entonces los novios se van por donde vinieron.
Maité está sola, pero no culpa a sus hijos por eso. Ellos son su mayor tesoro.
Así que redobla sus esfuerzos, aunque cada vez le resulta más difícil cumplir su larga jornada. De un tiempo a esta parte, en especial, se encuentra extrañamente cansada. Nota que despierta con la cara hinchada, que se agita mientras recorre los muebles y hace las camas, que ha perdido el apetito.
Pero no dice ni hace nada. Aprieta los dientes y pone toda su determinación en seguir adelante. Parar de trabajar por enfermedad, ni siquiera puede imaginarlo. Podría llevar a sus patronos a contratar a otra persona, y ésta seguramente querría quedarse con su empleo, con su salario algo superior al promedio.
Pero no puede evitar estar enferma. Ella siente su debilidad. Le indigna que le pase justo ahora que los chicos han terminado el colegio, pero no puede evitarlo'
Unas semanas más tarde, Maité colapsa. Amanece con el cuerpo lleno de agua y muy pálido y, una vez en el trabajo, sencillamente no puede moverse sin jadear, sin pensar que se muere. Su patrono la envía a Prosalud, pues supone que el solo hecho de lograr que alguien la revise en el Hospital de Clínicas (estatal y gratuito) sería superior a sus fuerzas.
En Prosalud la internan. Pronto está echada en una cama, recibiendo oxígeno y un suero con diuréticos que le hacen orinar todo el tiempo. Una doctora bajita y antipática le dice que su corazón está fallando porque sus riñones ya no sirven.
Así de simple.
Maité comienza a lagrimear, pero la doctora sigue hablando, implacable. Tiene mucho trabajo como para darle esperanzas o como para explicar lo que ocurre a los hijos y amigos de esta interna, una más entre otras.
A esta altura de su carrera, esta médica ya no es capaz de diferenciar entre la causalidad material y la moral: si Maité quemó sus riñones porque nunca remedió su hipertensión arterial, entonces, implícitamente, se merece su suerte.
—Y es que usted, señora, óigame, usted debió'
Tres días de internación en Prosalud' Probablemente allí le salvan la vida, no hay que negarlo. Tampoco que le cobran 1.000 dólares, arrasando con todo lo que podía disponer para una emergencia.
Maité sale de la clínica con condena: someterse a diálisis sanguíneas hasta que consiga un trasplante de riñón.
Otra doctora, ésta para variar buena y caritativa, trata de ayudar a Maité para que la ingresen en el Hospital de Clínicas. Pese a sus buenos oficios, tardan dos semanas en admitirla. Y más de un mes más en iniciar las diálisis'
No es culpa de ellos. Las camas, las máquinas, los medicamentos, los catéteres, el algodón y los esparadrapos no alcanzan para todos.
El tiempo de los médicos tampoco alcanza para todos.
Y entonces, en esas circunstancias, ¿qué puede ser realmente gratuito? Las diálisis en el Hospital de Clínicas, que son las más baratas del país, pueden llegar a costarle a Maité, que como sabemos gana 1.400, hasta 2.000 bolivianos.
Aun suponiendo que no coma ni pague alquiler ni tenga que transportarse, el déficit de Maité asciende a 600.
Aun suponiendo que no la despidan.
A largo plazo, la única solución para Maité es un trasplante de riñón, que el Estado boliviano puede ofrecerle por la módica suma de 10.000 dólares, que para Maité equivalen a diez billones.
Maité está acostumbrada a que la vida la golpee. Y sin embargo, esta vez teme que la quiera noquear' Aprieta los dientes y, como siempre, pone toda su determinación en seguir adelante.
Ésta es la verdadera historia de Maité, vivida y sufrida hoy, en un país en proceso de cambio.
La historia de Maité
marzo 11, 2011
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