Jazz, música para compartir


Para Nicolás Peña, creador, productor y conductor del programa radial La quinta disminuida, la característica fundamental de la música es que está hecha para compartir. “Es igual que la poesía. Imagínate que lees un poema y dices: Este verso es fantástico, pero no se lo voy a decir a nadie, lo voy a disfrutar yo solo. En la música, si no compartes, no sirve de nada”. Peña dice esto como toda explicación a la pregunta de por qué decidió hacer, hace ya cuatro años, este programa especializado en jazz y que hasta ahora ha alcanzado 200 emisiones. Nunca había hecho radio, pero aceptó la propuesta de Sergio Calero, el director de programación de Radio Deseo, porque en lo que sí tenía mucha experiencia era en compartir su pasión: la música en general y el jazz en particular. 

Proceso. Peña es un apasionado del jazz, pero es muy cuidadoso cuando se lo identifica como una suerte de abanderado de este género. “Desconfío  de aquellos que les gusta el jazz, solamente el jazz y nada más que el jazz”, dice. “Yo creo que el jazz es un proceso. Uno, porque el jazz tiene  muchos años de vida; dos, porque es un abanico muy grande”. Y esto es, precisamente, lo que hace en su programa, semana a semana: recorrer la larga historia del jazz y abrir en todos sus matices ese abanico, más allá de sus gustos y preferencias personales.
Una muestra de que el jazz es un proceso es, según Peña, el hecho de que mucha gente que escucha y sabe de jazz ha entrado a esta música por otros caminos. Uno de esos caminos es el rock. Es el caso del propio Peña. “Cuando yo tenía 15 años, en los 80”, dice, “se escuchaba música disco, pero yo escuchaba a grupos como King Crimson o Jethro Tull, que habían empezado a hacer su música a fines de los 60. Pero a fines de los 70 el rock entró en crisis, se volvió muy pop. Yo seguía teniendo sed, pero el rock ya no me estaba dando la savia que necesitaba. Ahí apareció el jazz. La ventaja en este caso era que entre el rock y el jazz ya había un puente: el jazz-rock (Return to Forever, Mahavishnu Orchestra, Jean-Luc Ponty). Sin ese puente, después de Jethro Tull, por ejemplo, quizás habría sido imposible escuchar directamente a Charlie Parker. No habría entendido nada”.
Y si de ‘entender’ se trata, hay otras formas cómo se manifiesta la idea de proceso en el jazz. “Una ventaja del jazz”, dice Peña, “es que tienes que retroceder para entender. Retrocedes y encuentras una cosa que se presenta en el jazz y en muy pocas otras músicas: una dialéctica. Eso para mí es fundamental”.
¿Cómo funciona esa dialéctica? “Tú puedes escuchar al último saxofonista, cualquiera que sea; estoy seguro que sea cual fuere su propuesta, ha tenido que haber escuchado y estudiado a Michael Brecker, que a su vez ha estudiado y escuchado a John Coltrane, que a su vez se dejó influenciar por Lester Young y Charlie Parker, que a su vez escucharon a Coleman Hawkins. Entonces, cuando estás escuchando al último saxofonista, estás escuchando que dentro de él hay toda una serie de cosas”. Dialéctica demostratum est. 
La idea del jazz como proceso tiene muchas aristas. De ahí, por ejemplo, la dificultad de encontrar una definición para este género. Peña considera que hace 50 años quizás todavía era posible intentar una definición. pero que hoy tal propósito resultaría imposible. “Hoy cualquier definición dejaría fuera a muchas cosas”, dice. Pero si no es posible definir el jazz, sí es posible encontrar las características que permiten decir esto es jazz o esto no es jazz. Para Peña son tres: “Primero, la individualidad. En el jazz, el sonido del músico, de su voz o de su instrumento, es fundamental. Segundo, la improvisación como un elemento creativo instantáneo. Y tercero, el swing”,
Pero, ¿’qué es el swing? A Peña le gusta recordar lo que dice Charlie Parker convertido en el personaje del cuento El perseguidor de Julio Cortázar: “El swing es una desaceleración del tiempo”. Queda claro que el jazz está lleno de misterios.
Recapitulemos: por un lado, el jazz es un proceso dialéctico; por el otro, es un abanico muy grande. Esto último lleva a pensar que, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, el jazz  se ha desterritorializado geográfica y culturalmente. Ha invadido y se ha dejado invadir por otras formas musicales, demostrando así una extraordinaria flexibilidad para absorber otras músicas y expandirse hasta adquirir un perfil universal. Entonces, el jazz, virtualmente, no tiene fronteras.
“Hay dos visiones sobre eso”, dice Peña. “Yo soy de los que dicen que el jazz es omnívoro, come lo que encuentra en su camino y lo que se da cuenta que es nutritivo. Hay otra línea que dice que son más bien las músicas autóctonas, folklóricas y esenciales las que encuentran formas  académicas de expresarse a través del jazz. No me gusta mucho esa postura. Para mí el jazz es omnívoro, es la música clásica del siglo XX. Yo creo que tiene mucho tiempo de vida, precisamente porque tiene esa apertura. No está cerrado y se nutre de muchas cosas”.
Pero esta característica del jazz ha encontrado sus propios detractores. El trompetista Winston Marsalis, por ejemplo, ha proclamado enfáticamente la necesidad de un retorno a los orígenes del jazz, al sonido de New Orleans. “Me parece bien como propuesta”, dice Peña, “pero quienes proponen ese retorno le ponen componentes que malogran ese esfuerzo. Por ejemplo que el jazz debe ser sólo negro. Es un elemento racial que desvirtúa la música. También limitan la libertad del jazz, negándose a todos los instrumentos eléctricos”. Esa ortodoxia, por lo demás, niega la dialéctica del jazz: conciencia de su origen pero música abierta y omnívora. Y más: música democrática. Todos, bajo ciertas exigencias, tienen algo que decir.
Los tópicos del jazz podrían multiplicarse, como en una sesión de improvisación. Para eso está el programa de Peña: lleno de ideas y de swing. 

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