El ruido de la máquina de escribir era una especie de cortina musical, de melodía, en una redacción saturada de colillas de cigarrillo, de humo, de gente en mangas de camisa cuando hacía calor o bien abrigada y con bufanda cuando hacía frío, y cada uno redactando sus notas a una velocidad distinta”, recuerda Raúl Rivadeneira Prada, exdirector de la Academia Boliviana de la Lengua. Ya en los años 80 del siglo pasado, las máquinas de escribir comenzaron a abandonar las redacciones de los periódicos bolivianos, relegadas por las computadoras. Pero ha sido recientemente cuando se ha escrito su sentencia de muerte: a finales de abril cerró sus puertas la Godrej and Boyce, la última firma del mundo que fabricaba máquinas de escribir, en la ciudad india de Mumbai.
El “traca traca” de las teclas dificultaba hablar con el compañero de al lado, por lo que había que hacerlo a gritos, dice Rivadeneira volviendo la vista atrás. Pero, además del ambiente algo romántico que creaba su sonido y que recuerda a las películas de periodistas hollywoodenses de los años 40 y 50, o a las novelas de misterio de Agatha Christie, o de no ficción de Truman Capote, la máquina de escribir facilitó e impulsó las tareas literarias y periodísticas, además de crear puestos de trabajo.
El poeta Armando Soriano confiesa que nunca ha usado la máquina y que, gracias a su oficio de abogado, siempre ha tenido la costumbre de dictar sus creaciones a una secretaria. “La máquina de escribir es y sigue siendo el instrumento más brillante como auxilio a los procesos de creación”, afirma. Porque, aunque personalmente él no se ha desprendido de la escritura manual, reconoce los avances que este descubrimiento aportó al mundo literario y periodístico.
Eso mismo recuerda Rivadeneira: la industria editorial experimentó un notable desarrollo con la llegada de la máquina, ya que permitió ahorrar tiempo a la hora de escribir y acelerar los procesos de impresión. Pero no quedan ahí las ventajas de este objeto que tiene ya más de 150 años de vida: facilita la lectura así como la cumplimentación de todo tipo de formularios y evita, también, el cansancio visual de los escribientes gracias, sobre todo, a las técnicas dactilográficas. El exdirector de la Academia recuerda a las típicas "secretarias que no miraban el teclado y escribían conversando, porque los dedos corrían sólos por el teclado". En cambio, él consideró una pérdida de tiempo aprender esta técnica y escribe con sus dos dedos índices.
Casi 30 años después de que la computadora empezara a comerse su terreno, el instrumento en que el alemán Oskar Schindler escribió su famosa lista para salvar a más de mil judíos del holocausto nazi, parece destinado definitivamente a quedar convertido en una reliquia. “El fallecimiento inminente de la máquina de escribir es realmente un infausto acontecimiento para la creación, porque la máquina de escribir ha sido siempre una solidaria compañera del creador, a veces su propia esclava porque lo acompañaba desde el amanecer hasta el anochecer”, comenta Soriano.
Una muerte anunciada
Durante la década de los 80, en las redacciones bolivianas se comenzaron a callar los estruendosos ruidos de teclas y manecillas para dar paso al suave sonido del teclado de la computadora. Pero antes, otro avance tecnológico había comenzado a acortar la vida de la máquina: la fotocopiadora. Gracias al papel seda, ésta permitió pasar del máximo de seis copias por cada documento que se escribía a máquina, a decenas y, en algunos modelos, más de cien hojas copiadas por minuto.
“Cuando comencé a escribir en computadora pude escribir con una proyección mayor y por primera vez escri-
bir libros. Sí había escrito antes un poemario, cosas pequeñas, pero, por ejemplo, el libro Redacción periodística lo hice ya con computadora. De otra manera no hubiera podido hacerlo”, expresa Antonio Peredo (75), excatedrático de la carrera de Comunicación Social de la universidad pública y fundador del semanario Aquí. Como él, muchos han abandonado su vieja máquina por la tecnología electrónica.
bir libros. Sí había escrito antes un poemario, cosas pequeñas, pero, por ejemplo, el libro Redacción periodística lo hice ya con computadora. De otra manera no hubiera podido hacerlo”, expresa Antonio Peredo (75), excatedrático de la carrera de Comunicación Social de la universidad pública y fundador del semanario Aquí. Como él, muchos han abandonado su vieja máquina por la tecnología electrónica.
Rivadeneira señala como una de las desventajas de la máquina el mal gasto de papel: él acumulaba hasta dos canastillos llenos de hojitas arrugadas por su “virtud”, como él la llama, de no poder arrancar un trabajo hasta que el primer párrafo esté bien redactado. Y ello, con la máquina, le podía suponer tres, cinco horas de trabajo. A veces, hasta un día. "En cambio, con la computadora... ¿No le gusta? Borre".
Pero la máquina tenía una ventaja sobre la computadora: obligaba al escribiente a prestar mayor atención a la ortografía, algo que ya no se hace con rigurosidad, puesto que los programas informáticos llevan incorporados correctores que, incide el académico, no siempre son fiables.
Además de las ventajas técnicas, este aparato fomentó la creación de diferentes puestos de trabajo. Uno de ellos es el de secretaria, que contribuyó a la incorporación progresiva de la mujer al mundo laboral. Tatiana Lvovna Tolstói fue la primera mujer dactilógrafa en el continente europeo, a quien enseñó su padre, el escritor León Tolstói, que luego le dictó sus obras.
Profesores de mecanografía, dactilógrafos que rellenan formularios y reparadores de máquinas de escribir son algunas de las profesiones que ha generado este artefacto a lo largo de su vida, algunos de los cuales están extinguiéndose junto a él.
Por lo pronto y quién sabe por cuánto tiempo más, hay trabajadores que dependen de las teclas mecánicas. En la esquina de las calles Colón y Mercado de La Paz, Javier Alánez (58) está sentado desde temprano ante su mesita y su Olympia. Desde 1986, cuando el gobierno de Víctor Paz Estenssoro lanzó la reforma tributaria, trabaja como dactilógrafo cumplimentando formularios para bancos, trámites migratorios, etcétera. Ha tenido unas 11 máquinas durante este tiempo. “Ya las he desechado. Apenas esta unita me queda ya funcionando”, se refiere a su fiel compañera. A pesar de estar cada día frente a las teclas, confiesa que con “la computadora es mucho mejor. Aquí cuando hay un error no puedes hacer nada. En cambio en la computadora puedes diseñarte la forma que quieras”.
Por lo pronto y quién sabe por cuánto tiempo más, hay trabajadores que dependen de las teclas mecánicas. En la esquina de las calles Colón y Mercado de La Paz, Javier Alánez (58) está sentado desde temprano ante su mesita y su Olympia. Desde 1986, cuando el gobierno de Víctor Paz Estenssoro lanzó la reforma tributaria, trabaja como dactilógrafo cumplimentando formularios para bancos, trámites migratorios, etcétera. Ha tenido unas 11 máquinas durante este tiempo. “Ya las he desechado. Apenas esta unita me queda ya funcionando”, se refiere a su fiel compañera. A pesar de estar cada día frente a las teclas, confiesa que con “la computadora es mucho mejor. Aquí cuando hay un error no puedes hacer nada. En cambio en la computadora puedes diseñarte la forma que quieras”.
En la esquina de enfrente está Johanna Cebei (26). Su mesa destaca porque es la única que tiene, una al lado de la otra, máquina de escribir y computadora portátil. Trabaja desde hace tres años codo con codo junto a su madre, quien la llevó entonces como ayudante. Seis meses atrás se dividieron el trabajo. "Como ya se necesita usar computadora, entonces yo vengo a usar la computadora y ella, la máquina". Esta joven hace libros de ventas y compras, sobre todo, mientras su mamá rellena documentos para organismos del Estado, bancos, cartas...
Los mecanógrafos de esta esquina están asociados a Dactilógrafos ADIT, un organismo de representación que, al igual que sus puestos de trabajo, tiene la sede en esa misma calle: el director es uno de los trabajadores, que se sienta una mesa más arriba de la de Johanna.
El “amor ilícito” de Paulovich
“Yo no he entrado al mundo electrónico ni a las drogas”, bromea el que firma bajo el pseudónimo de Paulovich cuando se le pregunta por qué no se pasó a la computadora. En el despacho de su casa, con un ambiente cargado de olor a "libro viejo y a tabaco", como dice su hija, Alfonso Prudencio (83) continúa escribiendo sus artículos de opinión a máquina: una Olympia que compró en la década de los 60, cuando a los periodistas del diario Presencia les ofrecieron adquirir estos artilugios. Todavía recuerda que la pagó a plazos durante varios meses. “Desde entonces, soy el hombre pegado a la máquina”, asegura. El secreto de esta larga relación es el cuidado amoroso que el que ahora firma como Paulino Huanca le dedica a su Olympia.
Además, cada seis meses, un reparador ("un señor más viejito que yo", dice) va a su casa para limpiar el artefacto. De éste han salido sus libros y sus artículos, y emerge su célebre columna diaria: La noticia de perfil. “La trato bien, la quiero, y tengo amores ilícitos con ella desde hace muchos años”. Tiene otra máquina, una portátil, metida en una funda bajo la mesa del despacho.
Dado que no utiliza las nuevas tecnologías informáticas, sigue manteniendo su costumbre de, una vez terminado el texto, sacar la hoja de la máquina, dirigirse a la mesa de al lado e introducirla en su fax para enviarlo al periódico. Y, aunque hay una computadora en su hogar, señala que no tiene a nadie que le enseñe a usarla y se aferra a su viejo amor Olympia. “Yo dejaré de escribir el día que mi máquina sufra un desperfecto y ya no se pueda componer”, afirma. Así que, mientras no le falle ni el objeto ni la vista (ha tenido que instalar unas luces especiales en su despacho para poder ver mejor las teclas), continuará escribiendo sus seis artículos semanales con el "tac tac" de fondo: “Es mi única forma de manifestar mi escritura”, confiesa.
Aunque la computadora debe la disposición de las teclas al sistema QWERTY, heredado de su predecesora, "ha matado a la máquina, sin duda", asevera Raúl Rivadeneira. Y augura: "A esta computadora la va a matar este aparatito multimedia (muestra su celular), que no sólo es teléfono sino también computadora". Tal vez, un día compartan sala de museo ambos objetos. Por el momento, decimos un “adiós” a la máquina de escribir.
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