Es otra fase superior pasar de las alianzas ilegales o de los clanes familiares a las estructuras mafiosas. Aunque el origen de la palabra "mafia" se pierde en la memoria del Siglo XIX, como un acrónimo siciliano, se sabe que comenzó como una organización de indigentes, campesinos, que se agruparon para la autodefensa. Pronto pasaron de ser rebeldes primitivos a nuevos ricos, ricos que acumulan dinero y poder con el ejercicio autónomo de la ley. Para ellos no funcionan las reglas que los otros ciudadanos deben acatar.
Se apoda como mafia a aquellas agrupaciones que actúan clandestinas, violentas, con prácticas de chantaje y de intimidación. Protegen también con medios violentos a otros poderosos, entre ellos políticos y empresarios. Se reconoce que un grupo criminal es mafioso por la lucha que mantiene para controlar territorios, espacios donde sólo manda la organización. La batalla por ampliar esas zonas suele producir cruentos enfrentamientos, crímenes colectivos, muertes sádicas y afecta a decenas de inocentes. Desde hace años que la mafia, sobre todo la ligada al circuito coca-cocaína, perdió la otra característica: un código de honor respetado por los mafiosos de Palermo o Chicago durante el Siglo XX.
La captura del Estado por parte de las mafias se entreteje en un proceso lento, como bien han estudiado investigadores colombianos. Hay síntomas y señales patéticas, pero el Estado y sus máximas autoridades responsables de la represión al crimen suelen pasarlos por alto o culpar a otros por ese desmoronamiento de la seguridad ciudadana. Cuando quieren reaccionar, es tarde.
Lo que sucede en Bolivia en el último lustro es como el umbral de un caos violento que nadie podrá detener. No tenemos espacio para indagar sobre las causas, pero los datos fríos nos muestran que esos síntomas y señales ya están en el país.
Lo que sucede en Bolivia en el último lustro es como el umbral de un caos violento que nadie podrá detener. No tenemos espacio para indagar sobre las causas, pero los datos fríos nos muestran que esos síntomas y señales ya están en el país.
El crimen organizado actúa ahora como mafia, incluyendo la violencia directa, la intimidación, las vendettas que abarcan a familiares (algo que no ocurría con los primitivos sicilianos), y la ampliación de sus intereses: venta de drogas, de armas, de vehículos, de celulares y otros objetos, casi siempre robados.
La tragedia se da porque la autoridad competente carece de control y pronto se ve enmarañada con los hechos. El primer caso que prendió el foco rojo fue el de Santos Ramírez pues además del soborno sino intervenían personas ligadas a trata de personas, venta de objetos robados, empresarios, abogados.
Después como en cascada, escuchamos día a día los casos, desde los clanes de campesinos cocaleros ligados al tráfico de drogas; las relaciones con uniformados, abogados, fiscales; con el poder económico y político. El caso Sanabria, policía y funcionario de alto nivel, más allá del grado de culpabilidad, parece sólo el prólogo.
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