Excesos

Todos los gobiernos revolucionarios perpetran, durante los procesos que encaran, excesos de toda especie, algunos son intrascendentes, flácidos, tal es así que no parecen precisamente excesos, son coyunturales y fácilmente redimibles, éstos son los llamados excesos contra-natura, pero hay otros que se quedan definitivamente en la conciencia de la población y pasan a formar parte de nuestra misma estructura, a estos últimos los debemos conocer como los excesos históricos.
Yo me atrevería a decir que entre los excesos históricos están, por ejemplo: la nacionalización de la Standard Oil en 1937, que estuvo vinculada a la creación de la empresa insignia boliviana: YPFB. La reforma agraria y el voto universal a través de los que se logró un proceso de inclusión que jamás fue superado. La nacionalización de las minas que recuperó el Estado para los bolivianos y la fundación de Comibol, administradora de las minas y generadora de excedentes que se invirtieron en el oriente. La nacionalización de la Gulf, que no sólo se convirtió en un grito de dignidad, sino que devolvió la esperanza a los bolivianos. El 21060, que dio la vuelta al país como a un calcetín y que, hasta ahora, pese a todos los esfuerzos empeñados, no pudo ser relocalizado de la conciencia popular y vive y persiste y está ahí, presente.
En la otra punta, creo que es importante señalar algunos de los excesos contra-natura, absolutamente fofos, anodinos, metidas de pata, y que, con el tiempo y las aguas, la fuerza del destino termina por liquidarlos, ese es el caso de la novísima denominación de nuestro país: Estado Plurinacional, está claro que próximamente, más temprano que tarde, se volverá a la tradicional República, porque se ajusta claramente a lo que fuimos y seguiremos siendo a futuro. Otro exceso contra-natura es este entusiasmo, casi infantil, que les ha agarrado a varios jerarcas del partido gobernante, que se ha convertido en desesperación por el acaparamiento del poder a como dé lugar, trastocando todo principio básico de prudencia y lógica; de ahí se desprende el copamiento, sin tasa ni medida, de la justicia y todos sus mecanismos, jugando a unas elecciones que más parecen eso que en las ferias de pueblo se llama: suerte sin blancas.

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