ORGULLOSAMENTE, PACEÑA


Me tocó ser invitada por un grupo de turistas sudamericanos para un recorrido histórico y cultural por mi ciudad, La Paz. Aunque es un paseo acostumbrado, los visitantes me proporcionaron, con su conocimiento y con sus comentarios, una mirada renovada.
Algunos de ellos llegaron a este rincón hace cinco, ocho, diez años; otros eran novatos. Para todos, la vista desde las lomas, el Valle de la Luna al caer la tarde, los parques municipales bordeando la rivera del río y de los restos del milenario movimiento geofísico, fue un primer asombro. La luz, la luminosidad, ayudaba a crear un ambiente placentero para todo espíritu sensible.
"La Paz es única", "con razón tantos alaban su paisaje", "cualquier foto, desde cualquier ángulo, resulta increíble", eran algunos de los comentarios de quienes aprovechaban este circuito organizado por la Fundación Cultural Huáscar Cajías.
Al ingresar por la ciudad, la gente aprovechando al máximo el calor veraniego, presentaba otra circunstancia, igualmente amable. Desde el tradicional refugio juvenil alrededor de las vendedoras de sándwich de cerdo, "Las cholas", y los espacios auspiciados por el Gobierno Municipal para favorecer el deporte al aire libre, pasando por la costanera, los puentes trillizos hasta el paisaje desde El Montículo, la conjunción de fuerzas naturales y urbanas me motivaba a sentir mi ciudad, como si fuese la primera vez, la última.
Por el centro, los turistas me hicieron notar, las calles estaban limpias, las jardineras floridas, ordenadas. Tantas veces paso por los mismos lugares sin detenerme, más angustiada por los bocinazos y por las trancaderas, que dejé de darme cuenta de lo evidente: La Paz es una ciudad aseada y, aunque lentamente, los ciudadanos aprendemos a cuidarla un poco más.
Seguimos por San Francisco, con su nuevo rostro que personalmente no me agrada, pero que cautivó a los forasteros y, tenían razón: caminarlo fue otro desafío pues se compartían naturalezas humanas, reflejando las características pluri multi de la urbe.
Sentí mucho orgullo por mi ciudad y por sus habitantes, siempre dispuestos a recibir al viajero, al caminante. Sentí orgullo por tener una Alcaldía organizada, con una institucionalidad defendida de tantos ataques y que se refleja en lo cotidiano.
¡Cuánto más podría mejorar todo sin las presiones del Poder Ejecutivo! ¡Qué bueno sería que el Organismo de Tránsito dejase la política y la pelea y aceptase el accionar de los nuevos controladores que quieren salvarnos del caos vehicular! El Alcalde Luis Revilla podría esforzarse más si no tuviese que destinar recursos humanos y financieros a las batallas innecesarias, contra loteadores, contra juicios y amenazas.
El lunes comprendí que además los paceños somos estoicos. Aguantamos sobre nuestros hombros todos los problemas nacionales, auténticos o fabricados, masivos o aislados. Cada día de cada semana de cada mes de cada año, con una creciente espiral desde 2010, nos debemos levantar más temprano para evitar un bloqueo, un cerco, una huelga de hambre callejera, una marcha, un plantón, una toma. Incluso en Carnaval fue cerrada la Plaza Murillo, aunque esa vez por las copleras. Siempre hay algo.
Habitar La Paz es estar cerca de la luna y del sol, y también del infierno.

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