Honor a Joaquín Aguirre Lavayén

En las exploraciones clandestinas al escritorio del abuelo me encontré una tarde
con un libro que terminé con fascinación. Se trataba de la novela histórica “Mas allá del horizonte”.
Cuando mi tía-abuela me contó que la había escrito el nieto de Nataniel Aguirre, autor de esa cumbre literaria que es “Juan de la Rosa”, pensé que su autor estaba condenado a no salir de la sombra de su abuelo. Ya estaba yo en los últimos años del colegio, conocía la importancia de esa novela y no podía ignorar que Nataniel Aguirre tenía una fuerte presencia en Cochabamba. Muchas tardes de Kinder las pasamos jugando en la plazuela Colón, cerca del bronce que lo inmortaliza, y en su honor lleva su nombre una de las calles más importantes de Cochabamba.
Poco antes de que se cumpliera el centenario de la Guerra del Pacífico, el nieto de Nataniel Aguirre publicó otra novela histórica: “Guano Maldito”, que puso en circulación una nueva visión de aquella guerra. A esas dos novelas sumó otras obras, siempre cercanas a la historia, aunque en otros géneros. Lo que entonces no sabía es que Joaquín Aguirre Lavayén estaba escribiendo con su propia vida una verdadera epopeya que cambiaría a Bolivia. Joaquín Aguirre empezó a marcar un lugar propio en la historia boliviana en 1941. Por entonces era un muchacho atrevido que estudiaba derecho en La Paz y trabajaba en la cancillería, a cargo de Alberto Ostria Gutiérrez, uno de los diplomáticos más importantes que ha tenido Bolivia. Atrevido porque, con apenas 20 años de edad y ocupando un cargo sin mayor relevancia, se atrevió a tocar un sábado en la tarde la puerta del Canciller para proponerle, en su casa, que en la declaración conjunta de una reunión internacional que se realizaría en 1942, se acordara la necesidad de dragar el Tamengo con el fin de habilitar un puerto fluvial hacia el Atlántico.
Joaquín Aguirre había pasado semanas estudiando el tema, recopilando información e investigando documentos, y llevó ante el canciller su propuesta. No logró convencer a Ostria y, afortunadamente, Ostria tampoco lo convenció de abandonar la idea.
Joaquín Aguirre siguió luego su vocación inicial y estudió literatura en Estados Unidos. Volvió a la cancillería e integró la delegación boliviana que participó de la fundación de las Naciones Unidas. Las turbulencias de los años 50 lo alejaron del país y terminó en Colombia, donde promovió varios emprendimientos comerciales e industriales. Uno de ellos lo llevó de vuelta a Estados Unidos, donde patentó una nueva tecnología para deshidratar frutos tropicales. En los años 1970 volvió a Bolivia y aplicó su experiencia empresarial desde la presidencia de la Corporación Boliviana de Fomento. Allá retomó la idea de un puerto hacia el Atlántico que permitiría exportar azúcar. Habían pasado 36 años
desde que planteara el tema por primera vez, pero tampoco encontró la suficiente acogida para llevar adelante su propuesta.
Tomó entonces la decisión que más debemos agradecer los bolivianos: la de hacer el puerto por su propia cuenta.
El momento elegido para hacerlo era el menos auspicioso. El retorno a la democracia había destapado expectativas largamente reprimidas y el gobierno de Siles Zuazo no pudo controlarlas. El país estaba prácticamente quebrado cuando
José Ramos Chapura, un viejo chiquitano, le dijo “lo esperaba don Aguirre”, y le vendió su parcela de tierra al borde del Tamengo, porque así se lo había sugerido en sueños su madre.
En 1984 empezó a dragar el Tamengo para empezar la obra.
Para entonces llevaba ya 43 años planteando con terquedad la idea del puerto
hacia el Atlántico y mientras muchos lo empezaban a considerar un loco obsesivo, otros lo tomaban cada vez más en serio, entre ellos, el Presidente Paz Estenssoro y sus ministros del área económica, así como técnicos del Banco Mundial y USAID. El puerto empezó a construirse bajo el empuje de Joaquín Aguirre y sus hijos, mientras el gobierno hacía lo suyo fomentando la expansión agrícola de soya y sorgo que, ahora sí, podrían ser exportadas. El 11 de septiembre de 1989 –ayer se cumplieron 21 años- se inauguró Central Aguirre, que es hoy el segundo puerto más importante para el comercio exterior boliviano. Por allá se exportan ahora cerca de 700 mil toneladas al año, la mayor parte productos agrícolas o derivados. Por Antofagasta salen casi 900 mil toneladas, en su mayor parte minerales. Por Arica sale la tercera parte de lo que sale por Puerto Aguirre.
Joaquín Aguirre consiguió algo que parecía imposible: que Bolivia tuviera un puerto soberano hacia el Atlántico… a más de dos mil kilómetros del océano! No creo que haya ninguna obra individual que haya tenido tanta influencia en el crecimiento de nuestra economía, y por tanto en la reducción de la pobreza, que el emprendimiento realizado por este cochabambino ejemplar.
Y lo consiguió a una edad en que la mayor parte de las personas busca su retiro laboral.
Es verdad, Joaquín Aguirre ya era “bonosolista” cuando empezó la construcción del Puerto, y había cumplido 68 años cuando lo inauguró y puso a funcionar. Cuando recibí la invitación de Los Tiempos y la Cámara Junior para hacer esta
presentación, sentí que me incluían sin merecimiento en este homenaje. Pero debo confesar que nunca me había sentido más pequeño que hoy, al leer estas líneas que me acercan a un verdadero gigante de la iniciativa y el emprendimiento como con justicia lo calificó Paulovich en su nota de ayer.
Aún así, me siento honrado por la oportunidad de decir, a nombre de todos ustedes, gracias don Joaquín Aguirre. Gracias por su empecinamiento y su terquedad, por su dedicación a una idea, por una obra extraordinaria y una vida que, en muchos sentidos, ilumina las nuestras.
Tengo la certeza de que si Nataniel Aguirre entrara hoy por esta sala, con sus largas patillas y su altivo bigote, se presentaría como el abuelo de Joaquín
Aguirre, seguro de que bastaría eso para ganar nuestro afecto. Lo acompañaría la sonrisa cómplice de su cuñado Miguel Suárez Arana, creador de Puerto Suárez, pues seguramente fueron ambos los que sembraron en la mente de Joaquín Aguirre Lavayén la obsesión que nos permite celebrar la epopeya que escribió con su vida.
Esa epopeya que hoy nos congregó para decirle, con la mayor sinceridad, una vez más, gracias.
(Palabras de homenaje expresadas el 12 de septiembre de 2010. Publicadas en Oh!, el 19 de septiembre de 2010)

Nota : Vientos Nuevos

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