Me niego a suscribir la afirmación de que Evo Morales, Hugo Chávez y algún otro sean populistas. Son, simple y llanamente, demagogos. Y es que trato de rescatar el sentido original del denominado ‘populismo’ porque ese sentido demagógico que encierra el discurso fácil, halagador de los sentimientos de las masas, no representa estrictamente lo que fue el concepto de populismo como aporte conceptual teórico-político, específicamente latinoamericano.
A partir del triunfo de la revolución bolchevique, la organización de las diferentes internacionales derivadas de la interpretación marxista de la historia y de la inevitabilidad de la revolución socialista, surgieron conceptos, categorías, referencias teóricas que resultaban absolutamente intocables: eran las categorías que iban a transformar el mundo. Una de ellas, central, capital desde todos los sentidos, era la de ‘clase’. A partir de ella, de las contradicciones entre clase, de su lucha, ¡nada menos que como su motor!, se producía la definición de la historia. Y de esa definición surgía la otra, la de los protagonistas de la historia moderna y la de su protagonista central: el proletariado. Lo que viene después es gimnasia pedagógica. El proletariado que organiza su vanguardia y el partido que será quien conduzca las tareas de la revolución y de su triunfo. Ésa es la versión catequética que llega a América Latina.
Es en México donde surge una propuesta diferente. Primero con Calles, fundador de la institucionalidad revolucionaria, y luego con Cárdenas, proponente maravilloso del nuevo enunciado teórico: la sustitución de la clase por el conjunto del pueblo. La lucha entre clases deja de ser tal para convertirse en alianza: obreros, campesinos, clases medias y burguesía emergente –el pueblo, en suma– asumen las tareas de construcción nacional. Ésa es la doctrina que llevarían adelante el intento ‘varguista’ (corporativista) en Brasil, el MNR en Bolivia y, desde luego, el APRA, en Perú. Perón fue caricatura. Hay que recordar que fueron esos movimientos, los populistas, y no las organizaciones marxistas, los que lograron las mayores movilizaciones en la historia latinoamericana.
El populismo es el movimiento organizado a partir de un concepto nuevo, revolucionario, que, además, es portador de un proyecto nacional. Los demagogos no tienen proyecto, tienen discursos. En distintos estilos, con diferentes matices, menos académicos –que es, normalmente, la versión presidencial– “moler huesos para sustituir el azúcar en el desayuno”; pretendidamente ingeniosos, “hay que poner una colmena en cada casa para consumir miel de abeja en vez de azúcar” o, como el caso venezolano, “¿para qué queremos Coca Cola? Tenemos el jugo de la caña de azúcar o el de parchita (maracuyá), que es muy bueno, y tenemos la obligación de luchar contra el capitalismo”. O en su versión sofisticada –en el caso boliviano es, normalmente, vicepresidencial– cuando se pide a los empresarios de su confederación una inversión que puede comenzar en $us 1.500 millones y subir hasta los 2.500 millones de dólares, suma que ningún empresario boliviano conoce ni en sueños. Desde luego, el Estado invertirá hasta 15.000 millones de dólares… Nada de eso es populismo, es vulgar demagogia.
Rescato el concepto de populismo porque es una innovación teórica y porque es el único que en América Latina ha hecho historia. Hay que pedir a los demagogos que no lo vulgaricen como están haciéndolo y a sus críticos que no lo barateen atribuyéndoselo a los demagogos.
* Analista político
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