A esas noticias, que podrían ser calificadas como coyunturales, se suman informaciones que por reflejar una dimensión más honda del problema pueden ser consideradas estructurales. Es decir, el problema alimenticio en nuestro país tiene esa doble dimensión y cualquier esfuerzo que se haga para afrontarlo y resolverlo debe tener en cuenta esa realidad y no reincidir en el error de aplicar fórmulas de muy corto aliento dirigidas a atacar problemas que requieren políticas de Estado que se proyecten en el tiempo más allá de las urgencias del momento.
Un primer paso en ese sentido deberá ser identificar las causas del problema. Por ejemplo, habrá que establecer con la mayor precisión posible si la disminución de la superficie de cultivos de alimentos a nivel nacional en el año agrícola 2009-2010, que según datos oficiales fue de casi 100 mil has., (de 2,91 millones de hectáreas se redujo a 2,81 millones) se explica por factores atribuibles al azar como, por ejemplo, una mala racha de condiciones climáticas adversas, o se debe más bien a que las políticas de Estado aplicadas durante los últimos años son erróneas y las principales causantes de los resultados tan negativos del sector.
Dependiendo de cuál sea la respuesta que se dé a ese interrogante dependerá por supuesto el plan de acción que se elija destinado a solucionar el problema. Así, si se parte del supuesto de que la política alimenticia nacional es la correcta, habrá que optar por perseverar en ella, tener paciencia, esperar que el clima se torne más benéfico, y mientras tanto recurrir a medidas excepcionales, como la importación masiva de alimentos, para evitar la circunstancial escasez y el alza de precios causados por la disminución de la producción.
Si se opta por ese camino, habrá que dedicar cada vez más dinero a la importación de alimentos. Y como los precios en el mercado externo son cada vez más altos, tendrá que aumentar también la suma destinada a la subvención de las importaciones. Así, se habrá salido de la supuestamente excepcional escasez y carestía, pero a un muy alto precio pagado no sólo por el gasto de grandes sumas de divisas, sino porque se habrá dado nuevos motivos de desaliento a los productores.
Como es fácil suponer, esa manera de actuar no puede conducir a nada más que a la creación y reforzamiento de un círculo vicioso. Baja producción, escasez, alza de precios, especulación, control de precios, importaciones subvencionadas, contrabando, desaliento entre los productores… y así sucesivamente una y otra vez, en una espiral descendente que a nada bueno puede llevar.
Por experiencias similares ya hemos pasado los bolivianos en otros tiempos. Y otros países, como Cuba y Venezuela también pueden ofrecer lecciones al respecto. Es de esperar que sean suficientes para no reincidir en el error.
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