Involución

¿Se ha puesto a pensar en lo fascinante que es ese aparatito que llamamos celular?
Tome el suyo, marque un número cualquiera, hable con alguien y luego piense cómo es posible que haya conseguido que su voz viaje sin utilizar medios físicos.
Y es que, pese a lo acostumbrados que estamos a ellos, hay que admitir que los celulares son milagrosos, casi mágicos.
Pocos de nosotros sabemos que la voz viaja mediante ondas de radio que se enlazan mediante controladores llamados celdas o células, pero eso nos importa un carajo porque nuestra principal preocupación es que nuestro teléfono tenga señal.
Podríamos escribir páginas enteras sobre los celulares, pero basta decir que éstos no sólo funcionan con señal, sino son una señal del tiempo en que vivimos. Es cierto que la tecnología de nuestro siglo XXI se traduce en otras maravillas como el satélite, los viajes espaciales, la internet, la fibra óptica, las microondas, la microcirugía y otro tipo de micros pero yo prefiero el celular por su carácter democrático.
El satélite, la conexión a internet, la televisión por cable y las microondas son lujitos a los que no todos pueden acceder, pero el celular se ha convertido en un adminículo al alcance de todo bolsillo. ¿Acaso no nos hemos acostumbrado también a las cholitas que hablan por esos aparatitos con la misma naturalidad con la que caminan por nuestras calles?
Al ver así a una de ellas yo llegué a ilusionarme de que nuestro país había alcanzado cierta igualdad pero caí demasiado pronto de mi nube. La polarización, que se acentuó con el dilema de las autonomías, demostró que no avanzamos un ápice en el proceso de construcción nacional.
Me preocupó el racismo que percibí hace bastante tiempo en el oriente y que sentí extenderse hacia ciudades como Sucre y Tarija. ¿Se imaginan?... racismo… la creencia de que una raza es superior a otra cuando la ciencia probó suficientemente de que todos los seres humanos somos iguales. Sin embargo, el desprecio hacia el indio y el mestizo, que se había aminorado con el boom del folklore, resurgió con la misma fuerza que los odios seculares.
Entonces critiqué esa actitud, censuré la visión miope de una Unión Juvenil Cruceñista (UJC) que sólo parecía entender el lenguaje de la violencia y no faltó quien me diga que el racismo no sólo partía del oriente sino también se expresaba en el occidente, en actitudes como las del “Mallku” que odia a los qaras y todavía sueña con reponer el Kollasuyo.
Y aunque el líder del MIP logró llegar al Parlamento, pocos creyeron en su visión retrógrada porque la lógica dice que las sociedades marchan hacia adelante y, consiguientemente, jamás retroceden.
Pero… ¿vio usted cómo esos changos de la UJC parecían actuar como los fanáticos del Ku Klux Klan cuando atacaron la sede de la Central Obrera Departamental de Santa Cruz? Peor aún: ¿vio cómo Roberto de la Cruz presentó, como la cosa más natural del mundo, a ese grupo de choque que llama nada menos que talibanes indígenas?
Esos son síntomas de que nuestra sociedad no sólo está polarizada sino que, contra toda lógica, ha retrocedido a los tiempos tribales, aquellos en los que imperaba la Ley del Talión, la que decía que había que cobrarse ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.
Involucionamos y, de paso, creamos otra paradoja: somos buenos para hablar por celular, porque el aparatito está al alcance de todo bolsillo, pero, cuando estamos frente a frente, no somos capaces de dialogar y preferimos matarnos.

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