A Santa Cruz le ha tocado bailar con la más fea. Todo parecía un cuento de hadas, pues una ciudad capital en crecimiento vigoroso se transformaba de pueblito en ciudad cosmopolita cargando, obvio, con problemas de desorden y descontrol urbano, violencia callejera, como se ha dado en otros países; con el Índice de Desarrollo Humano demostrando año tras año al departamento con mejor prestación de servicios básicos en la capital y en varias provincias; que mostraba la preferencia de inversionistas privados extranjeros y nacionales, por la capital y también por algunas (configuraron el Norte Integrado), germen de un elemental proceso de desarrollo industrial, en base a su riqueza agropecuaria; todo sumado a los tradicionales altos índices de alfabetismo, a su cultura receptiva, que hacían de una manera de vivir una ley “es ley del cruceño la hospitalidad”. De pronto, y de frente, se choca con un gobierno central, centralista como todos, pero que además se ufana de ser atropellador.
A Santa Cruz le tocó ser la víctima. El actual gobierno necesitaba un enemigo interno para impulsar su política centralizadora del poder para imponer su modelo estatista comunitarista (adaptación fraseológica del marxismo estalinista profesado por sus principales mentores). El proyecto de refundación del Estado con base racista que privilegia en teoría a lo indígena y que va decantando hacia un manifiesto aymarismo; las demás etnias no importan, como lo está demostrando con el desprecio a los reclamos y marcha de los pueblos originarios de Tierras Bajas. Nada mejor que “oponerse” por activa y por pasiva con los mestizos, los oligarcas, los terratenientes, los capitalistas del oriente. Desde 2006 y antes, los cruceños, benianos, pandinos y tarijeños, sufren toda suerte de improperios y tramas a cual más truculentas con el fin principal de reforzar la cohesión de las bases racistas occidentales del MAS. Se registra la más burda ostentación de ignorancia histórica y a un presidente que se ufana de manipularlo casi todo.
Si la historia ha sido la primera víctima, el Estado construido durante dos siglos ha sido la siguiente. El gobierno se ha empeñado escrupulosamente en deshacer toda la institucionalidad republicana, al punto que han desaparecido los poderes característicos y su independencia. Se construye no democracia sino la inédita “evocracia”, donde no se tiene siquiera el pudor de esconder el nombre del dictador. La ley se ha convertido en un comodín en función de objetivos partidarios, no de gobierno. Y lo que no se consigue de manera ilegal, con simples formalidades democráticas, se consigue también mediante la acción directa de los movimientos sociales. De esta manera se ha llegado a la paradoja de tener “suspendidas” de sus cargos a todas las autoridades elegidas democráticamente mediante el voto directo del pueblo, si es que no se arrodillan ante “el jefazo”.
Hay que lidiar con un vicepresidente que hincha el pecho por ser el más soberbio del Estado Plurinacional. No pierde ocasión de demostrar su desprecio por la oposición y una seguridad que desnuda la ignorancia de los procesos históricos que aspiran siempre a convertirse en eternos. Bolivia no ha admitido dictaduras, ni siquiera gobernantes con vocación prorroguista. ¿Hay algún caudillo bárbaro o ilustrado que haya gobernado este país al menos diez años? Ninguno.
La historia está a favor de Santa Cruz y del proyecto de Nación que incorpore fundamentalmente la realidad del 70% mestizo poblacional, la riqueza de su diversidad cultural y de recursos naturales, las potencialidades del desarrollo regional, la incorporación al mundo moderno de la economía, el intercambio global de conocimientos y de tecnología. Esto constituye un desafío que exige una definición de parte de Santa Cruz y su dirigencia, donde no caben medias tintas. Aunque en esta encrucijada, no hay que confundirse, no hay espacio para radicalismos, de ningún extremo. La falsedad tumbará a los líderes de los pobres, usuarios de costosos celulares, aviones particulares y bombas atómicas, mientras crece el desempleo y se estanca el crecimiento económico. Más condenable es la soberbia a nivel local, donde todos se conocen virtudes y debilidades. El mérito principal hay que adjudicarlo a esos miles que han construido en cada actividad lo que les hace sentirse con propiedad orgullosos de lo que hoy es Santa Cruz; sentirse y serlo, protagonistas de una gesta que nació hace siglos.
La dirigencia tiene que ser permeable a las nuevas realidades. Santa Cruz va pronto a los tres millones de habitantes, al menos 80 países son más pequeños en población y cientos son más pequeños en territorio. No es posible continuar pensando sólo en relación al Estado Plurinacional. Para eso, hay que reconocer los aportes culturales importantes recibidos, sobre todo durante el siglo XX. No es una comunidad exclusiva de somó y hamaca. La riqueza no está en las familias tradicionales. Las decisiones encuentran aportes con visiones divergentes. Aunque, la añoranza de tiempos idos no debe ocultar ni opacar el orgullo de haber sido capaces de construir y experimentar una sociedad de base social tan amplia y apta para una cultura abierta.
En todo sentido, Santa Cruz no es más el pueblito del “Once por ciento”. Hoy exige respeto a las regalías ganadas con la sangre de nuestros antecesores, pero también exige que se le cumpla con los aportes del IDH, mayor participación en los impuestos nacionales como corresponde, porque hay que atender por lo menos con educación, salud y servicios básicos a millones de nuevos cruceños. El desafío consiste en asumir de una vez el liderazgo en la construcción de una sociedad que cobije a todos los pueblos y todas las naciones que encierra este territorio, donde quede excluida la exclusión, y se mantenga como la tierra de las oportunidades, cumpliendo con su vocación fundadora, la de poblar y desencantar la tierra.
0 Comentarios