Estamos en vísperas de festejar los aniversarios cívicos más emblemáticos del mundo por la influencia que tuvieron fuera de sus fronteras: el 4 de julio, día nacional de los Estados Unidos de América y el 14 de julio, día nacional de Francia. Ambas fechas refieren sucesos que datan del Siglo XVIII.
Las luchas independentistas de los habitantes de las entonces 13 colonias en el norte de América y las gestas durante la Revolución Francesa no sólo son acontecimientos significativos para sus respectivas patrias y territorios, sino que ayudaron a otros seres humanos a lo ancho del mundo en la búsqueda de más libertad, de más justicia, de más solidaridad.
Es difícil entender los sucesos del Siglo XIX en nuestro continente mestizo, varios de los cuales cumplieron dos siglos en estos años, sin recordar el pensamiento y el sacrificio de los héroes de Filadelfia y de París. Sin embargo, pese a las muchas décadas transcurridas, aún los anhelos de aquellos guerreros están lejos de ser una realidad cotidiana en sus propios países y también en el resto del mundo.
El primer horizonte que imaginaron los patriotas de Estados Unidos fue el reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos sin importar su origen, su condición social o económica. El trazo de un documento que se conoce como Constitución para organizar a todo el Estado, incluso en su relación con la sociedad civil, fue un ejemplo para el resto de grupos que buscaban la independencia de España con base en diferentes territorios coloniales.
Sin embargo, uno de los aspectos olvidados de aquella pionera declaración es la obligación que tenemos como humanidad, en forma colectiva o individual, para buscar la felicidad. Suena paradójico que los primeros en esa ambición de "vivir bien" fueron los Jefferson y Washington. No basta el cambio de régimen, la modernización de la administración pública, ganar las guerras, sino procurar el espacio para que cada ser humano tenga la oportunidad de ser feliz. Al final lo único que debería preocuparnos: ser felices. Consejo de griegos, de santos y abuelas, pero que nos empeñamos en descuidar.
Por su parte, los franceses levantaron banderas con consignas que aún hoy parecen revoltosas: Igualdad, Libertad, Fraternidad. Las dos primeras consiguieron avances significativos, sobre todo en los últimos años del Siglo XX. No sucedió lo mismo con la búsqueda de la Fraternidad.
Es más, los últimos movimientos políticos que cubren nuestra América tocan metas diferentes más no la Fraternidad. Hay discursos sobre la hegemonía en el poder; el copamiento de todos los espacios públicos; el acceso a vehículos, así sean de dudoso origen, entrega de bonos, campañas de alfabetización, mejoras salariales.
Todo, menos la Fraternidad. Aún aquel noble ideal para vencer los sentimientos y prácticas racistas se convirtió en el caso boliviano en otro pretexto para el enfrentamiento y las amenazas contra emisores y receptores de comunicación masiva.
A pesar de ello, en homenaje a humanistas como Líber Forty y Huáscar Cajías que nos enseñaron la importancia de la ternura en el cotidiano existir, debemos insistir en la búsqueda de la felicidad, en el abrazo fraterno que dan calorcito al corazón.
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