Bolivia, Santa Cruz 22 de agosto(elSistema.info).- Cuando se pide y se ofrece algo a cambio, importa mucho lo que se demanda y -tal vez mucho más- lo que se compromete. En esta vida se pide de todo y a cada momento. Hay pedidos de toda índole, sin duda, pero tal vez uno de los más famosos fue el que en el siglo III antes de Cristo pronunció un matemático, físico, ingeniero, inventor y astrónomo griego llamado Arquímedes: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Lo dijo al formular el principio matemático de la Ley de la Palanca, que explica cómo una gran piedra puede ser movida fácilmente por un largo palo que la apalanca, cuando hay un apoyo.
Guardando las distancias del caso, recuerdo que -empezando mis primeras lides en el campo del comercio exterior, hace casi 25 años y otros tantos kilos menos- un exitoso empresario boliviano me dejó pensando cuando me dijo que a él no le interesaba recibir favores del Estado, sino que solo se le asegurara la existencia de un mercado para vender. Esto equivaldría a: “dadme mercado y generaré empleo”. Tanto mercado interno, como mercado externo.
Años más tarde escuché a alguien decir que “no hay incentivo más barato que un Estado pueda dar, que seguridad a la inversión”.
Desde entonces no dejé de preguntarme -si la previsibilidad y el acceso a un mercado, y si la calidad del entorno no dependen de lo que puedan hacer el productor y el exportador, al ser éstos igual que sus trabajadores “receptores de las políticas públicas”, ¿por qué no garantiza el Estado la seguridad jurídica y los mercados para que haya más inversión, producción, abastecimiento interno, exportaciones y con ello buenos y sostenibles empleos, y todo esto dentro de la legalidad, la formalidad y las reglas del mercado?
Un dicho reza: “quien pide poco es un loco” y yo digo: ¿piden mucho los productores cuando reclaman seguridad jurídica para la tierra y las concesiones forestales, o en general para sus inversiones industriales? ¿Es pedir demasiado acaso, que acabe la ilegal y desleal competencia del contrabando en el mercado interno, como en el caso de la ropa usada?
¿Es una exageración reclamar por un precio que no siendo verdaderamente “justo” para el productor lo desestimule a seguir invirtiendo y arriesgando, con la consecuencia de tener que importar el día de mañana mucho más caro lo que se suponía que se quería forzar a producir más barato en el país, como ha ocurrido con el maíz?
O, como en el sector de la confección textil, ¿resulta extravagante reclamar porque los machacones ofrecimientos que nos hacen diferentes países -Venezuela, Brasil y Argentina, por citar tres ejemplos- no se traducen en compras concretas, y al no pasar de ser “mercados expectaticios” ocasionan pérdidas económicas y descalabros humanos?
Cuando ni lo uno ni lo otro se cumple, ¿cómo apalancar entonces el desarrollo del país?
Si la demanda generalizada por un entorno que garantice a largo plazo la inversión nacional y extranjera, para que el giro productivo fructifique, son “reglas claras de juego”; si el pedido a gritos en el Oriente es que acabe el avasallamiento a predios agrícolas productivos; y si en el Occidente los confeccionistas claman por mercados seguros dónde poder vender bien el fruto de su esfuerzo, ¿estarán los productores pidiendo una entelequia como Arquímedes -ofreciendo una quimera a cambio- o más bien un mínimo de apoyo del Estado como para que Bolivia crezca más, recupere su soberanía alimentaria y haya más empleos dignos? ¿Qué dice Ud.?
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