Los aborígenes de aquella hermosa selva se han puesto en marcha para exigirle al Sr. Presidente la suspensión de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos. Alegan que en el 21 de junio del 2010 celebraron un encuentro extraordinario de corregidores y decidieron la suspensión inmediata de dicha carretera por tratarse de una decisión gubernamental “socio-culturalmente etnocida, ambientalmente desastrosa y técnicamente no fundamentada”. ¡Qué aguda y exhaustiva disección del problema!
El Presidente, a su retorno de Pekín, se encontró con su país en efervescente protesta y curiosamente mostró su decepción porque no logra dialogar con los sectores sociales en rebeldía, entre ellos aborígenes del TIPNIS. Que no se preocupe el Sr. Presidente: ellos vienen a encontrarle. El Gobierno no cede a las condiciones que interpone la contraparte. A la vista de un simple observador tengo la impresión de que el problema de fondo no es la carretera que vaya a destruir el hábitat natural de los recolectores-cazadores-pescadores originarios, y que más bien les va a proporcionar una vía de contacto con el resto del país y las posibilidades de una vida menos precaria que la actual. El verdadero problema es la invasión de cocaleros, madereros y otra fauna de malhechores. Esos son los enemigos, a quienes el Gobierno no ha querido poner freno.
Por eso, llama poderosamente la atención que se hable tanto –se charlatanee– del conservacionismo de las identidades culturales, y no se mencione prioritariamente la escuela, el hospital, la iglesia, la luz eléctrica, la comunicación radiotelefónica y otros elementos de primera necesidad en la vida del más humilde habitante del siglo XXI. ¿O estarán esperando, para ser felices, colgar y bajar correos del satélite chino Tupac Katari? ¡Qué cóctel chino-aimara!
Por su lado, a su vuelta de China, Don Evo lamentó en tono plañidero, que los sectores sociales no responden a sus ofertas de diálogo “cuando – dice Don Evo en su peculiar castellano descolonizado– el diálogo siempre está abierto”. Pero lamentó mucho (que) se envían cartas, citas, y (los convocados) no asisten al diálogo. Eso yo puedo entender que es una acción política”. Y recordó con melancólica nostalgia: “Yo antes pedía diálogo y (cuando) no había, acudía a la Iglesia Católica, al Defensor del Pueblo, a Derechos Humanos. Y ahora rogamos por el diálogo”. Y no lo hay.
Pues bien, habría que recordarle a Don Evo cuántas veces rechazó el diálogo propuesto incansablemente por la Iglesia frente a conflictos que nunca terminan. Ahora, para resolver la guerra del TIPNIS, le bastaría con meter en cintura a los invasores cocaleros, madereros y demás fauna. Y que Don Evo no siga obsesionado con las ONG’s, a las que tanto debe, ni les dé excesivo predicamento a los opositores, hasta las elecciones del “no”. Y que los aborígenes, por su parte, se espabilen para “vivir mejor” con la ayuda eficaz del Estado.
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