La gente no robaba descaradamente cuando podía evitarlo; pero consideraba lícitos todos los caminos tortuosos para enriquecerse aprisa: el saqueo o la limosna, el fraude en los suministros y la estafa en la especulación, la usura en los intereses y en el trigo y hasta la explotación económica de instituciones puramente morales como la amistad o el matrimonio (…) Cuando el hombre pierde el gusto al trabajo y solo desarrolla una actividad acuciado por el afán de enriquecerse a toda prisa y llegar cuanto antes al disfrute de los placeres de la vida, no tarda en bordear el crimen y es un milagro que no incurra en él”.
El párrafo anterior no fue escrito por un moralista de nuestro tiempo, sino por el historiador alemán Theodor Mommsen (1817-1903), autor de numerosos libros sobre la civilización romana. La cita pertenece al libro El mundo de los Césares. Mommsen fue el primer historiador galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1902; el segundo fue Winston Churchill (Premio Nobel de Literatura 1953). El estilo literario de Mommsen es fascinante; su excelencia científica, indiscutible; su método de enfocar el estudio de la historia, muy actual. Por eso, cuando aborda el periodo de la decadencia de Roma, pareciera que está describiendo el mundo actual con sus delincuentes de guante blanco, sus ‘brokers’ y especuladores de ‘hedge funds’, sus políticos mediocres y corruptos, sus líderes embarcados en guerras insensatas y sus ejecutivos codiciosos, obsesionados en preservar sus prebendas (los famosos ‘bonus’) a expensas de la quiebra de sus empresas. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
El expresidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet afirmó, en una de sus últimas ruedas de prensa, que la crisis actual no era cíclica, sino sistémica. Es decir, la crisis del capitalismo no es solo económica, sino política, o sea, cultural, moral, lo cual significa que Occidente ha dejado de creer en los valores que fundamentaron su existencia. Si EEUU y Europa hoy hablan de valores, se refieren únicamente a la Bolsa. Por eso, da pena ver que los políticos europeos repudian su propia historia. Hablan de los romanos y griegos de la antigüedad como las fuentes de Europa, pero dan un triple salto mortal en el vacío (borran la Edad Media, la Moderna y la Contemporánea) sin mencionar el humanismo cristiano y a sus líderes católicos de la posguerra De Gasperi, Adenauer, Paul-Henri Spaak, De Gaulle y Maurice Schumann, que hicieron posible la Unión Europea convertida, hoy, en un gran mercado financiero sin fundamentos éticos, históricos y culturales.
En cuanto a la crisis de liderazgo que padece Occidente, deberíamos recordar que, aniquilada la Unión Soviética, el capitalismo creyó estúpidamente que había llegado “el fin de la Historia” (la frase es de Hegel), vivió exultante, confiado y entregado a la molicie. En la primera Cumbre de Davos (1989) la élite del capitalismo se reunió para analizar el “nuevo orden mundial” (término acuñado por el fascismo en los años 20 y restaurado, en 1989, por George Bush padre). En Davos se oyó la voz premonitoria del único empresario capitalista disidente en aquel cónclave triunfalista: “Hasta ahora he escuchado decir a los empresarios que debe bajarse el sueldo a los trabajadores para hacer más productiva la empresa, pero ninguno ha hablado de rebajarse a sí mismo el sueldo”. El empresario se llamaba Akio Morita (1921-1999), fundador y presidente de Sony. Fue la última vez que se le vio por Davos. Fue borrado de la lista de invitados. ¡Ah, si le hubieran escuchado! // Madrid, 13/01/2012
El párrafo anterior no fue escrito por un moralista de nuestro tiempo, sino por el historiador alemán Theodor Mommsen (1817-1903), autor de numerosos libros sobre la civilización romana. La cita pertenece al libro El mundo de los Césares. Mommsen fue el primer historiador galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1902; el segundo fue Winston Churchill (Premio Nobel de Literatura 1953). El estilo literario de Mommsen es fascinante; su excelencia científica, indiscutible; su método de enfocar el estudio de la historia, muy actual. Por eso, cuando aborda el periodo de la decadencia de Roma, pareciera que está describiendo el mundo actual con sus delincuentes de guante blanco, sus ‘brokers’ y especuladores de ‘hedge funds’, sus políticos mediocres y corruptos, sus líderes embarcados en guerras insensatas y sus ejecutivos codiciosos, obsesionados en preservar sus prebendas (los famosos ‘bonus’) a expensas de la quiebra de sus empresas. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
El expresidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet afirmó, en una de sus últimas ruedas de prensa, que la crisis actual no era cíclica, sino sistémica. Es decir, la crisis del capitalismo no es solo económica, sino política, o sea, cultural, moral, lo cual significa que Occidente ha dejado de creer en los valores que fundamentaron su existencia. Si EEUU y Europa hoy hablan de valores, se refieren únicamente a la Bolsa. Por eso, da pena ver que los políticos europeos repudian su propia historia. Hablan de los romanos y griegos de la antigüedad como las fuentes de Europa, pero dan un triple salto mortal en el vacío (borran la Edad Media, la Moderna y la Contemporánea) sin mencionar el humanismo cristiano y a sus líderes católicos de la posguerra De Gasperi, Adenauer, Paul-Henri Spaak, De Gaulle y Maurice Schumann, que hicieron posible la Unión Europea convertida, hoy, en un gran mercado financiero sin fundamentos éticos, históricos y culturales.
En cuanto a la crisis de liderazgo que padece Occidente, deberíamos recordar que, aniquilada la Unión Soviética, el capitalismo creyó estúpidamente que había llegado “el fin de la Historia” (la frase es de Hegel), vivió exultante, confiado y entregado a la molicie. En la primera Cumbre de Davos (1989) la élite del capitalismo se reunió para analizar el “nuevo orden mundial” (término acuñado por el fascismo en los años 20 y restaurado, en 1989, por George Bush padre). En Davos se oyó la voz premonitoria del único empresario capitalista disidente en aquel cónclave triunfalista: “Hasta ahora he escuchado decir a los empresarios que debe bajarse el sueldo a los trabajadores para hacer más productiva la empresa, pero ninguno ha hablado de rebajarse a sí mismo el sueldo”. El empresario se llamaba Akio Morita (1921-1999), fundador y presidente de Sony. Fue la última vez que se le vio por Davos. Fue borrado de la lista de invitados. ¡Ah, si le hubieran escuchado! // Madrid, 13/01/2012
0 Comentarios