Las calles de las principales ciudades de Bolivia poco a poco se van llenando de trabajadores asalariados que inician puntualmente su agenda de movilizaciones para exigir aumento de sueldos, con diversos argumentos muy válidos.
Aunque en este año hay sobradas razones para esgrimirlos con más vehemencia, no difieren de los que se usaron el año pasado, el anterior y, así, en el último lustro. Se sobreentiende que la crisis que golpea a muchos sectores de asalariados tiene una fuerte incidencia en la canasta familiar y, por supuesto, mientras menos preparado está el trabajador para asimilar la subida del costo de los productos de primera necesidad o manejar su economía particular, los efectos pueden ser devastadores a corto o mediano plazo.
Empero, cabe preguntarse, ¿por qué profesionales formados académicamente siguen bajo la dependencia de un salario muy bajo que, a la larga, los amarra a una remuneración injusta que muchas veces les impide desarrollarse? Siempre supimos que el sueldo cero es el peor y que la calle es muy dura para quien no tiene trabajo. Reconozco que ésta es una cruel realidad, pero al mismo tiempo me llama la atención ver a estos profesionales, en su mayoría jóvenes, que no aspiran a más que a la comodidad de su ‘pega’ sin crear cadenas de valor a partir de iniciativas personales en momentos en que se está requiriendo audacia para convertir en oportunidades las amenazas que se viven en el campo laboral.
Son muchos los nuevos profesionales que salen de las universidades como si fueran producidos en serie, y lo que les espera es muy desalentador. Conozco casos de quienes estuvieron más de 35 años como dependientes y que después de agotar su ‘vida útil’ sólo esperan jubilarse para cerrar su ciclo productivo. La crisis está golpeando duramente a algunos sectores y es innegable que muy pocos están identificando oportunidades que les brinda la coyuntura, a fin de adaptarse a los nuevos escenarios que plantea este país que pareciera vivir en constantes contradicciones.
En mi artículo de la semana pasada citaba a Andrés Oppenhaimer cuando se refería a la educación y al conocimiento como base para fundamentar una sociedad más justa y equilibrada, y vuelvo a esa argumentación para tratar de encontrar respuestas que lleven a resolver los orígenes de las limitaciones que tiene la sociedad boliviana para buscar salidas a la ‘maldición’ de los salarios que atormenta a millones de hombres y mujeres en edad productiva.
Muchos han optado por el camino de los empleos informales, otros tantos se han aferrado con uñas y dientes a la pesada burocracia estatal y la gran mayoría decidió no mirar al futuro con visión emprendedora. ¿Qué papel juega el Gobierno en esta realidad?
Mientras no se fomenten los emprendimientos privados por razones ideológicas y se siga pensando que ‘papá Estado’ lo puede todo, seguiremos con esa cultura de la dependencia que terminará castrando a otra generación más, que bien puede reinventar el futuro a partir de la creación de nuevas fuentes de trabajo por el fomento productivo de nuevos emprendimientos, que es la antítesis de las políticas que harán del Estado el principal empleador.
Aunque en este año hay sobradas razones para esgrimirlos con más vehemencia, no difieren de los que se usaron el año pasado, el anterior y, así, en el último lustro. Se sobreentiende que la crisis que golpea a muchos sectores de asalariados tiene una fuerte incidencia en la canasta familiar y, por supuesto, mientras menos preparado está el trabajador para asimilar la subida del costo de los productos de primera necesidad o manejar su economía particular, los efectos pueden ser devastadores a corto o mediano plazo.
Empero, cabe preguntarse, ¿por qué profesionales formados académicamente siguen bajo la dependencia de un salario muy bajo que, a la larga, los amarra a una remuneración injusta que muchas veces les impide desarrollarse? Siempre supimos que el sueldo cero es el peor y que la calle es muy dura para quien no tiene trabajo. Reconozco que ésta es una cruel realidad, pero al mismo tiempo me llama la atención ver a estos profesionales, en su mayoría jóvenes, que no aspiran a más que a la comodidad de su ‘pega’ sin crear cadenas de valor a partir de iniciativas personales en momentos en que se está requiriendo audacia para convertir en oportunidades las amenazas que se viven en el campo laboral.
Son muchos los nuevos profesionales que salen de las universidades como si fueran producidos en serie, y lo que les espera es muy desalentador. Conozco casos de quienes estuvieron más de 35 años como dependientes y que después de agotar su ‘vida útil’ sólo esperan jubilarse para cerrar su ciclo productivo. La crisis está golpeando duramente a algunos sectores y es innegable que muy pocos están identificando oportunidades que les brinda la coyuntura, a fin de adaptarse a los nuevos escenarios que plantea este país que pareciera vivir en constantes contradicciones.
En mi artículo de la semana pasada citaba a Andrés Oppenhaimer cuando se refería a la educación y al conocimiento como base para fundamentar una sociedad más justa y equilibrada, y vuelvo a esa argumentación para tratar de encontrar respuestas que lleven a resolver los orígenes de las limitaciones que tiene la sociedad boliviana para buscar salidas a la ‘maldición’ de los salarios que atormenta a millones de hombres y mujeres en edad productiva.
Muchos han optado por el camino de los empleos informales, otros tantos se han aferrado con uñas y dientes a la pesada burocracia estatal y la gran mayoría decidió no mirar al futuro con visión emprendedora. ¿Qué papel juega el Gobierno en esta realidad?
Mientras no se fomenten los emprendimientos privados por razones ideológicas y se siga pensando que ‘papá Estado’ lo puede todo, seguiremos con esa cultura de la dependencia que terminará castrando a otra generación más, que bien puede reinventar el futuro a partir de la creación de nuevas fuentes de trabajo por el fomento productivo de nuevos emprendimientos, que es la antítesis de las políticas que harán del Estado el principal empleador.
* Periodista y cientista jurídico
Julio César Caballero M. *®® Caballero pregunta
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