Marcha al Norte

Para quienes hemos alcanzado una edad más que madura ya no es posible contar el tiempo por años. Como el romano Tito Livio, nos vemos obligados a relatar
nuestras historias de periodos más largos, generalmente décadas.
En los 80, hace casi tres decenios en plena gestión de la UDP, trabajaba en Canal 7 y participé en una experiencia que vale la pena narrar por su increíble cercanía con sucesos de los tiempos actuales. Con la frase que titulo esta columna hice incluso un documental, extraviado en el canal estatal por su conocida falta de archivos de imágenes en movimiento.
Promovida desde el Gobierno y coordinada por la Prefectura de La Paz se realizó con gran pompa una Marcha al Norte. En una caravana de medio centenar de movilidades, representantes de todas las instituciones paceñas y de varias instancias de gobierno, literalmente “marchamos al norte”. Pasando por Caranavi, Palos Blancos y Yucumo (entonces apenas un escuálido campamento del Servicio de Caminos), ingresamos a territorio beniano, raudamente atravesamos Rurrenabaque, cruzamos el río Beni, arribamos a San Buenaventura, nos internamos en la provincia Iturralde para llegar hasta Tumupasa.
Como seguramente todos los participantes, quedé deslumbrado por el paisaje y por el descubrimiento de las enormes potencialidades de la región. Pero las mayores sorpresas fueron las informaciones recibidas del arquitecto Loayza, nombrado por el presidente Siles Zuazo responsable de la Corporación de Desarrollo de La Paz (la ya desaparecida CORDEPAZ). Las mejores tierras, en ambas orillas del proyecto de carretera, habían sido ilegalmente dotadas a parientes y allegados de la dictadura banzerista, pero el gobierno rectificaría esa situación (en efecto, Siles Zuazo llegó en helicóptero, dio a conocer el decreto de reversión de las propiedades mal habidas, anunció la dotación masiva de tierras a los campesinos y retornó de inmediato a La Paz).
Reinaba un gran optimismo. La instalación del Ingenio Azucarero de San Buenaventura parecía estar a la vuelta de la esquina.
La información más sobrecogedora era, sin embargo, que CORDEPAZ bajo la administración dictatorial había contratado a una empresa privada para talar un millón de hectáreas de bosque y que no obstante haber cobrado por la totalidad del trabajo, sólo había talado menos de la mitad y encima lo había hecho de manera deficiente, sin cumplir algunos requisitos ambientales como barreras de protección contra el viento. El arquitecto Loayza informó que la estafa había sido comprobada por un estudio aerofotogramétrico de la FAB.
La empresa quería abandonar el lugar llevándose por vía aérea la docena de enormes buldozers con los que había realizado su incompleta labor. Los pobladores de San Buenaventura (La Paz) se oponían al traslado en tanto que los de Rurrenabaque (Beni), donde está ubicada la pista querían lo contrario, pues la empresa tramposa les había ofrecido transporte gratis en el avión que haría una docena de viajes para llevarse las máquinas.
Se produjo un bloqueo y amago de enfrentamiento entre los dos pueblos, representativos de ambos departamentos.
¿No le suenan conocidos estos hechos cuando hace poco ambas localidades peleaban por la ubicación de un puente?
¿Por qué tres décadas después seguimos en el mismo sitio y no hay hasta ahora un ingenio azucarero? ¿Qué pasó con las más de 400.000 hectáreas taladas, volvíó a crecer la vegetación, qué consecuencias ambientales y sociales produjo ese desbosque y qué hubiera pasado si se llegaba a despejar el millón de hectáreas por las que el Estado pagó una millonada? ¿La empresa estafadora devolvió el dinero o fue por lo menos amonestada?
Quedan para la meditación estas y otras muchas interrogantes.


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