Partidos políticos en Bolivia: del colapso del neoliberalismo al proyecto Plurinacional

En octubre próximo Bolivia celebrará treinta años desde la recuperación de la democracia, un  hecho significativo para este país sometido a recurrentes turbulencias políticas. Pero han sucedido muchos cambios en estas tres décadas, un complejo tejido de rupturas y continuidades históricas siguen provocando transformaciones sustantivas en la distribución y administración del poder, condiciones de enorme desafío para los partidos políticos bolivianos así como para otras plataformas de gestión política.
Este texto observa el desmoronamiento del proyecto político neoliberal en Bolivia y la emergencia de nuevas formas orgánicas y simbólicas de composición y gestión del poder. Indaga por debajo del indiscutible liderazgo del presidente Evo Morales y el empoderado MAS (Movimiento al Socialismo) tras dos años de instaurado el EstadoPlurinacional, para fijar algunas condiciones de práctica política en el largo proceso de democratización que aún no ha concluido.
La democracia contemporánea boliviana (1982-presente) ha transitado por cuatro momentos históricos: de la violenta y turbulenta sucesión de gobiernos dictatoriales a la frágil –y también turbulenta- composición democrática liderada por la UDP, una coalición de izquierda (1982-1985); el proyecto estatal neoliberal, la inserción a la economía de mercado y la reconfiguración del mapa político bajo el sistema representativo (1985-1999); la crisis neoliberal (2000-2006); y el actual proyecto de Estado Plurinacional (2006-presente).
Estos periodos, claro, no son lineales y contienen en sí contradicciones y continuidades de procesos sociales, culturales y políticos más largos, como el Nacionalismo Revolucionario que trasciende desde los años 50, o la exclusión social y política de masas indígenas que se remonta siglos en la configuración del poder colonial y republicano.
El proyecto neoliberal
El proyecto de Estado neoliberal enfrentó una compleja y quizá autodestructiva paradoja. Propuso la “modernización” del aparato institucional-estatal en la búsqueda de eficiencia burocrática y equilibrio fiscal, en directa correspondencia con ello, el sistema de partidos fue montado a partir de la “democracia pactada”, una lógica de “transiciones” –aunque decir “transacciones” sería también acertado– en el poder durante los años 1985-2003 que sólo confirman su vocación sistémica cerrada y de monopolio de la representación política. Pero al mismo tiempo no logró desmontar el clientelismo ni la prebenda, mucho menos la corrupción, prácticas que más bien se reprodujeron y convirtieron en mecanismos de cooptación de espacios partidarios en todo el Estado boliviano.
Este periodo neoliberal también vivió el liderazgo “outsider” de los carismáticos líderes populares Carlos Palenque y Max Fernández, quienes inquietaron al sistema político pero fallecieron a mediados de los noventas y con ellos progresivamente sus proyectos políticos. Paralelamente, mientras el sistema de partidos neoliberal entraba a un “callejón sin salida” con pactos y prebendas en el Estado, la reconfiguración del país en más de 300 municipios a través de la Participación Popular  y la articulación política de organizaciones sindicales campesinas e indígenas germinaba un nuevo proyecto histórico de poder. Paradójicamente, la Ley de Participación Popular fue promovida e implementada por Sánchez de Lozada en su primer mandato, el mismo que dejaría abruptamente su segunda gestión en 2003 tras decenas de muertos en lo que se conoció como la “Guerra de Gas”.
Se atribuye de manera a veces muy autómata a la “democracia pactada” como la causa fundamental del “desmoronamiento” institucional del sistema de partidos políticos cerrado y “neoliberal”. Esto no es del todo preciso y más bien el proceso es social, económica, cultural, y políticamente más complejo.
La apertura política del proceso de participación popular, aunque parcial y con varios bemoles, representa un antecedente crucial para ver la ruptura del monopolio partidario. Las elecciones generales de 1997 y las municipales de 1999 son el principio de la emergencia de fuerzas políticas locales de izquierda y con reivindicaciones sobre los indígenas y campesinos. Tal es el caso del Movimiento Al Socialismo de Evo Morales, quien sería electo diputado en 1997 por la zona cocalera del Chapare, en representación del “Instrumento Político” de los pueblos indígenas.
El proyecto neoliberal boliviano buscó recurrentemente su razón de ser en el contexto mundialización de la economía, las reformas políticas y estatales liberales en la Región y las oportunidades del mercado como ruta para el desarrollo. Su desmoronamiento se explica también en la irresuelta extrema pobreza y la desigualdad – ambas de las más altas de América Latina–, la dependencia económica al mercado primario y mono exportador, la reproducción del Estado clientelar y corrupto y el desplazamiento o limitación a indígenas e inmigrantes rurales de opciones de educación, empleo digno y acceso a instancias de decisión y poder.
Entonces, el quiebre neoliberal responde al anacrónico funcionamiento del sistema político montado por tres o cuatro partidos quienes reproducen prácticas prebendales y corruptas en el Estado lejos de lidiar con la extrema pobreza y la desigualdad. Pero también entra en escena la apertura política de representación local en áreas rurales, proceso que es acompañado por una nueva dimensión ideológica y política de movimientos sindicales, campesinos e indígenas con proyectos propios pero también apoyado por militantes de izquierda urbanos desde algunas ONG, quienes asumen estrategias colectivas de presión e interpelación al Estado y al poder. Este es el escenario en el que surge el MAS-IPSP (Movimiento Al Socialismo, Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos) y el liderazgo de Evo Morales, quien progresivamente irá capitalizando y concentrando mayor poder y representatividad simbólica en desmedro de otros líderes indígenas y campesinos.
La práctica política con Evo, el MAS y el proyecto Plurinacional
La crisis política que marcó el colapso del proyecto de Estado neoliberal (2000-2006) culmina no sólo con la llegada de Evo Morales al poder, sino que con la implosión del sistema de partidos. Desde entonces, la desarticulada y desorientada oposición boliviana ha buscado erróneamente articular una opción en contra de Morales, aunque normalmente ha apelado al capital político reciclado del orden neoliberal, con desastrosos resultados, por supuesto.
Es que sucede que las organizaciones políticas y sindicales detrás del MAS han transformado los mecanismos de acceso y reproducción del poder a partir de una nueva Constitución Política (2009) que emerge de un proceso constituyente y que busca “desmontar el Estado colonial” para construir el “Estado Plurinacional”, lo que cambia completamente las posibilidades de prácticas político-partidarias.
El MAS es un partido campesino, explica el  sociólogo francés y militante de izquierda Hervé do Alto, uno de los que quizá más ha estudiado al MAS[i], que configura sus relaciones de poder corporativamente, es decir, reproduce el sindicato en el Estado. Do Alto afirma que “Instrumento Político” es una instancia política de campesinos para campesinos, un fenómeno sui géneris en la política latinoamericana e incluso mundial. Sin embargo, el MAS-IPSP llegó al poder a fines de 2005 articulando orgánica y simbólicamente apoyos también en las urbes, pero sobre todo con organizaciones vecinales, gremiales (la inmensa multitud de trabajadores y comerciantes informales) y sectores progresistas de clase media.
El MAS-IPSP ha tomado el poder íntegro en el Estado y lo ha enlazado a algunos sindicatos y los “Movimientos Sociales” a partir de una plataforma denominada “el Pacto de Unidad”. Así, su arrolladora maquinaria electoral (más de 2/3 de la Asamblea Plurinacional y el más del 60% de los gobiernos municipales de todo el país) también es acompañada del acecho a cualquier opción opositora, lo que deriva en la tesis del partido hegemónico y autocrático.
Sin embargo las contradicciones y disputas internas también acechan. La consecuencia más visible es la ruptura del Pacto de Unidad (otrora conformado por cinco organizaciones de campesinos e indígenas de occidente, de oriente, y de mujeres), tensionada sobre todo por el conflicto del proyecto carretero que pretende atravesar al TIPNIS[ii], pero con un trasfondo aún más complejo.
El MAS es un partido que apoya fervientemente la ampliación de la frontera agrícola (aplicable plenamente al caso del TIPNIS), la cuestión campesina ante todo, y el modelo económico extractivista, lo que constituye una condición de dependencia al capitalismo financiero internacional, contrariamente a lo que argumenta su relato y discurso. La visión desarrollista persistente en la esencia misma del proyecto político del MAS se contradice con cualquier enfoque medioambientalista o de equilibrio con la Madre Tierra.
Otro escenario de contradicciones y disputas se evidencia en el ejercicio orgánico del poder. Por ejemplo, en el último gabinete ministerial designado días atrás, únicamente tres de las veinte autoridades son indígenas y/o tienen filiación al aparato sindical-campesino antes descrito. El resto de “colaboradores” proviene de la clase media urbana, pretendidamente “comprometida con el proceso de cambio”. Este hecho se contrasta con la recientemente creada bancada parlamentaria indígena impulsada por diputados indígenas de oriente que abogaría por los intereses de las masas indígenas antes que del partido y que pueden comprometer los 2/3 en la Asamblea.
Si sumamos todo lo anterior a las fracturas políticas con algunos frentes de composición urbana y de izquierda como el Movimiento Sin Miedo, además del desencanto de Morales entre las clases medias y también algunas zonas periurbanas de las grandes ciudades como El Alto y La Paz, es posible vislumbrar en lo sucesivo una nueva recomposición del sistema político de partidos con liderazgos progresistas mirando de centro a la izquierda, aunque claro, ya no meramente desde los escaños congresales, o la representación en gobiernos departamentales y locales, sino también desde plataformas colectivas de acción y presión política, desde las organizaciones indígenas, las multitudes mestizo-urbanas (sobre todo periurbanas) que aún viven la pobreza y la desigualdad día a día.

Fuente : Distintas Latitutes


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