El sólo hecho de que alrededor de las tres sucesivas fases de este torneo deportivo se aglutinen los esfuerzos de los tres niveles del Estado —municipios, gobiernos departamentales y Gobierno central— es ya de por sí algo que se debe destacar pues no es algo que se vea con mucha frecuencia. Más aún si se considera que el motivo que convoca a esa labor común es movilizar las energías, inquietudes y aspiraciones de miles de jóvenes, profesores, padres de familia, vecinos y autoridades, quienes en el transcurso del año dedican sus mejores esfuerzos a lograr éxitos deportivos que enorgullezcan tanto a los directos protagonistas como a los miembros de las colectividades a las que representan.
Y como si la faceta estrictamente deportiva de los Juegos Estudiantiles no fuera en sí misma suficientemente buena, a ella se suma la directa relación que hay entre las prácticas deportivas y la lucha contra algunos de los peores males que amenazan la salud mental de nuestros jóvenes como son la desesperanza, el alcoholismo, la drogadicción y todas sus funestas secuelas como la delincuencia, la violencia en todas sus formas, la pérdida de las energías vitales tan necesarias para la construcción de un buen futuro individual y colectivo.
Cabe recordar al respecto que nuestro país ya tiene una larga trayectoria que se destaca a nivel mundial en el afán de vincular la promoción de actividades deportivas con la lucha contra el alcoholismo y la drogadicción. Ya en 1998 la representación boliviana tuvo una participación destacada en el Foro de Banff (Alberta, Canadá) por el Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (Pnufid). En esa oportunidad, la experiencia de la academia de fútbol Tahuichi Aguilera fue presentada como un ejemplo digno de imitar, y tres años después, en 2001, jóvenes y deportistas de Bolivia fueron citados para compartir experiencias con sus similares de Noruega, Kenya, Bermudas, España e Italia, en Roma.
En todos esos casos, sobre la base de sólidos estudios sociológicos y psicológicos y experiencias exitosas como las que exhibió nuestro país, se reafirmó la idea de que la promoción del deporte y la lucha contra las drogas y el alcoholismo juvenil no son causas diferentes, sino una sola. Y eso exactamente es lo que con toda razón afirma una y otra vez el presidente Evo Morales al inaugurar en los diferentes municipios y departamentos de nuestro país los juegos estudiantiles en sus diferentes fases.
Por eso, y porque —más que represión o medidas coercitivas de cualquier índole— lo que la juventud boliviana requiere para no caer víctima del alcohol y las drogas es que se le ofrezcan alternativas sanas, es de esperar que iniciativas como ésta se consoliden y multipliquen. Y que algo similar ocurra con otras actividades, como las artísticas y culturales, cuyos efectos benéficos para la juventud son sin duda inconmensurables.
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